RELATOS


ATHENA

Te espero a las 3, quiero que me acompañes....


-Esta bien... (dije apresuradamente mientras miraba mi reloj y empacaba algunas cosas en mi cartera) termino de alistarme y salgo para allá.

-Listo..gracias (comentó el, con cierto aire de alegría); ya te envío la dirección; golpea y pregunta por Ama Claudia... no sabes cuanto me alegra que me acompañes (...)

Colgamos; en ese momento dude, no sabia si era capaz de acompañar a mi amigo a la sesión de sado que tanto me había comentado; bueno…tal vez no sea tan fuerte como imagino … igual..si no me gusta me voy. Cuanto más se acercaban los minutos… mayor era mi ansiedad; no sabía que vería en ese momento; a tres cuadras del lugar, apacigüé los nervios con un cigarrillo. Timbré, esperé unos segundos hasta que una mujer de aspecto bastante amistoso (para mi sorpresa) abrió la puerta. - Buenas tardes… Ama Claudia? – Si….soy yo... pasa, me dio un beso en la mejilla mientras me hacía seguir; caminé por un pasillo donde al final se veían unas mujeres que tenían su mirada fija en alguien que al parecer estaba en el piso. Cuando me acerqué mi sorpresa no pudo ser mayor; mi amigo estaba apoyado sobre sus manos y rodillas en un inmovilizador a merced de una mujer vestida en látex que desfogaba toda su fuerza latigándolo; cada roce de este instrumento era recibido por su humanidad como una gota de agua para un sediento; con los movimientos de su cuerpo pedía mas.. sin siquiera abrir su boca era entendible lo que deseaba.
En ese momento, no supe que hacer; internamente, sentí una ráfaga de calor que me invadió, mis ojos nunca habían contemplado ese espectáculo antes, quise irme…confirmar que lo que estaba observando era digno de personas que deberían estar en el siquiatra; pero mis pies no se movían, abrí los ojos lo mas que pude para absorber todo lo que acontecía en el lugar; lo irónico de los mensajes que mencionaban pasajes de la biblia mientras a su lado era castigado ese hombre… el televisor en la repisa.. los instrumentos de castigo colgados en una pared… la atención de las demás chicas que iban a despojarse de todo su poder contra su cuerpo inmóvil… vi como siguieron más Dominatrices; una tras otra dejaban rastros en el como una firma… en cierto momento me invitaron a participar; me rehusé solo por un minuto, me agache y vi en su rostro que asentía, como dándome la última autorización que necesitaba para empezar; tome un látigo y traté de imitar los golpes que le fueron asestados, mas no lograba hacer ninguna marca..eran demasiado suaves…. Después de unos cuantos...los últimos con más fuerza, me detuve y deje que las demás hicieran su labor….momentos después fue colocado en un cepo para continuar con la sesión; luego fue encerrado en una jaula donde adornaron las partes mas sensibles (por lo menos para mi) con ganchos; lo trataron como un cachorrito y lo pasearon por la mazmorra como tal; vi como lo penetraban con un dildo… todas esas imágenes quedarán por un largo tiempo incrustadas en mi memoria; la sesión terminó aproximadamente dos horas después de mi llegada, me preguntaron si me dejaría amarrar y ser como una especie de premio por lo que el había soportado; acepte sin pensarlo dos veces, me llevaron a un cuarto.. me desnudé y fui atada por una de las sumisas de Ama Claudia a una Cruz de San Andres, me pidieron que esperara allí… me sentí muy nerviosa, no sabia que esperar; minutos después apareció el para complacerme…fue una experiencia fantástica; todo mi cuerpo estaba embelesado por todo lo vivido ese día( temor, ansiedad, asombro, molestia, delicia)…. algo inolvidable.
La tarde terminó con una charla bastante amena, nos conocimos un poco mas y tuve oportunidad de hablar con ella..con Ama Claudia.. quien dejaba entrever su carismático ser con la charla que sostuvimos; me impactó su frescura al hablar de cualquier tema.. el brillo de sus ojos cuando hablaba de temas relacionados con su mundo, intercambiamos correos, pues me intereso el tema del bondage y quería tener mas información al respecto.
A los 3 días tuve contacto con ella; me sentía tan libre de preguntar cuanto quisiera, sin tapujos… no se cómo pero comencé a tomar clases de dominatriz con ella… con mi maestra, me siento feliz de haberla conocido…es mi cómplice en este nuevo mundo en el que incursiono, mi guía.. siempre le quedaré agradecida por el ser que ha forjado en mi.




Athena


___________________________________________________________


MARIO:

Calar y que nos calen, aunque luego duela, pero es que cuando uno esta calado esta increible e intensamente vivo... ... y nos haga sentir vivos, apasionados y que nos duela y nos haga sentirnos intensamente felices... son dias de regalos, para las edades en que ya andamos para mi por lo menos es un gran regalo esto que estoy viviendo y ahora contandoles


Yo, quien me conosco bien, no quiero amores civilizados, o todo o nada, por que es mejor estar vivos o muertos, pero medio vivos o medio muertos es estar muertos dos veces.

Se que a lo largo de mi tiempo fui lluvia que calo en mas de uno... y mas de uno calo en mi... y esperemos que siga el dios de la lluvia acordandose de mi..

El silencio se hizo plomizo, a lo lejos, en la otra casa atados como estábamos podíamos oír a los niños jugando en la calle, la gente que entraba y salía de sus casas , mario no dijo nada, se fue arrastrando a lo largo de la mañana para procurarse sobra y poco más... yo rumiaba mis pensamientos, y repasaba machaconamente todo aquellos fallos que me habían llevado a esa situación, la verdad que era consciente de que me mataban los celos desde la llegada de mario y no había sabido digerir la presencia de otro hombre en la casa.

De pronto me di cuenta de que a mario desde que puso los pies en la casa no le había puesto las cosas fáciles, más bien muy difíciles... "Mario, yo quería darte las gracias por haberme ayudado en estos días, y pedirte perdón, soy consciente de que me he portado como un imbécil..." y cerré diciendo "Lamento haberte puesto en esta situación por que Ella esta muy molesta contigo y enfadada conmigo", entonces la respuesta de mario, dio una nueva dimensión a todo, el me dijo que no importaba, y que en cierto modo subestimaba a nuestra Ama, para mario estaba claro que ella había querido que todo esto sucediera y que maquinaba alguna manera de ponernos a prueba a los dos enfrentándonos incluso, que no sabia que maquinaba Ella, pero que estaba seguro de que la prueba iba a ser determinante sobre nuestro futuro en la casa y en la relación que manteníamos con nuestra ama...

En ese momento me di cuenta de que El nos había observado cuidadosamente y que estaba dispuesto a quedarse definitivamente... sentí cierta corriente de simpatía o al menos comprensión hacia él; él entonces me comentó que entendía que yo lo sintiera una amenaza pero que él no había venido a echar a nadie, pero sí a quedarse... que tenía claro que el modo de vida que él deseaba lo podía tener allí, que había tardado mucho en encontrarla y que por él no iba desde luego a perderla, y que en el fondo sentía cosas que durante muchos años pensó que no podría volver a sentir, para mario todo eso era lo que le mantenía lleno de ilusiones y como un adolescente, yo deduje que en cierto modo estaba enamorado... con todas las implicaciones que eso tiene dentro del mundo del bdsm porque nos resulta muy complicado encontrar una persona afín en todo, y con el sufrimiento anexo que eso suponía, sobre los sentimientos encontrados que suponía el deseo de ser únicos y la necesidad de estar totalmente entregados a la mujer que era nuestra Ama... Se me iba dibujando un mario que me resultaba honesto, buena gente y sobre todo en cierto modo compañero...

Habían pasado varias horas, después de la conversación ambos permanecimos en silencio a solas con nuestros sentimientos y pensamientos..., el aviso de mario sobre que Ella planeaba algo y que nada de lo que pasaba era por azar sino que en cierto modo nuestra Ama tenia un plan preconcebido nos hacia permanecer expectantes y "nerviosos", pasadas unas horas el calor sofocante, el permanecer en la silla, el silencio... todo hacía que aumentara mi malestar y la tensión, tenia mucha sed, pero me resultaba imposible llegar al bebedero que Ella había dejado en el suelo, me empezaba a desesperar, había sudado mucho, y también me había orinado encima porque estaba totalmente atado a la jaula sin que la postura me permitiera el más mínimo movimiento...
Tenia los labios totalmente secos y necesitaba beber, intente moverme en la jaula pero era imposible y pensé que tendría que arrastrarme hasta el agua, aunque aun así dudaba de si llegaría, necesito beber, dije en voz alta como si hablara conmigo mismo, de pronto vi que mario se movía, me miro de arriba a abajo y se arrastró hasta el bebedero, se llenó la boca de agua y se acercó a mi abrio la boca y de su boca vertió agua en la mía... me dio vergüenza después de la manera en que yo me había comportado con él... y le di las gracias y le pedí mas, él repitió dos o tres veces mas el acto, después le pregunté por qué hacia todo eso, y él me dijo que no me sentía una amenaza sino un compañero y un colaborador necesario para que ella pudiera ponerlo a prueba a él y él se superara como esclavo DIA a DIA, para él yo era solo una manera más de vencer sus deseos más íntimos y de superarse y entregarse anteponiendo su Ama a todo.

Nuevamente las palabras de mario me hacían pensar... así trascurrieron un par de horas, el agua empezaba a escasear y el olor en el patio era asqueroso, ambos nos habíamos orinado encima y estábamos totalmente exhaustos y entumecidos... de nuevo apareció Ella... Nos soltó, y dijo que se iba todo el dia que cuando regresara nos ajustaría las cuentas y que quería todo ordenado y limpio a su regreso... se dio media vuelta y nos dejó allí, ya sueltos pero como si nada... desde el patio oímos la puerta cerrarse y la voz de otra mujer...

Estuvimos aún un buen rato en la jaula porque estábamos muy entumecidos y ambos teníamos calambres, mario que había estado cambiando de postura estaba algo mejor, como pudimos nos pusimos de pie no sin que nos diésemos varios golpes y tuviésemos dos o tres caídas importantes... y por fin cada uno se dirigió al baño, el agua fue poco a poco reparando nuestro cuerpo, más tarde comimos con avidez y cada uno se marchó a su lugar de descanso, yo creo que dormí 4 horas seguidas, cuando me desperté oí ruidos en la puerta, era mario que la limpiaba, yo lo saludé y pase al salón, había copas y restos de comida aun en la mesa, dos platos, fuí a la habitación de mi Ama y me di cuenta de que había habido dos personas allí, no dije nada a mario, después de todo él no intervenía ni molestaba en nada, yo me sentía totalmente amenazado, no quise preocupar a mario, además algo me decía que él era plenamente consciente de la situación, limpié y recogí todo, el silencio sin nuestra Ama en la casa era abrumador, mario si ella no estaba y no había nada que hacer se retiraba a la habitación que se había habilitado para él en la parte trasera del patio

Pasados un par de horas ella llegó y estaba exultante, muy contenta...

Nada más entrar y vernos cambió su cara, parecía dura y tenía una mirada casi cruel, maquinaba algo y eso la hacía aún más altiva y raramente bella, cuando ella miraba con esa mirada divertida, burlona y cruel me parecía la criatura más adorable del mundo, me hacía temblar la idea de que ella buscaba maneras de disfrutar poniéndonos a prueba o dándose el lujo de llevarnos a limites por nosotros insospechados... lo que nunca habría imaginado era lo que estaba a punto de pasar...


Nos miró de arriba a abajo y se fue al sofá, entonces nos llamó... desde allí nos observaba y me pidió que bajase la vara y la fusta... Vi que se avecinaba una buena sesión de disciplina aunque a ella la veía muy cómoda en el sofá... llegué con ambas cosas y me arrodillé para entregárselas, posicion me dijo seca... lo hice excitado por la idea de que ella me iba a corregir y que sería una oportunidad para entregarme al máximo y de este modo hacerle ver cuando la necesitaba... andaban esas cosas por mi cabeza, cuando de pronto ella se dirigió a mario y le dijo: "Cien golpes".. él se quedo algo aturdido y yo aún intentaba asimilar que ella no me iba a tocar sino que iba a ser él... él como queriéndose asegurar replicó ¿perdón?... Ella le respondió despreciativa... ¿Qué pasa, qué parte no entiendes? ¿me tendré que levantar?, castígalo tú, que cuente, quiero ver como mi esclavo trabaja para mi, pero ojo, cada golpe que no sea válido, se repetirá tres veces...
La vara no se hizo esperar... mario la descargaba concienzudamente y doy fe de que los golpes de mario, no tenían nada que ver con los de mi ama... ella disfrutaba como nunca desde el sofá... tenía una mirada totalmente altiva y cruel contaba con claridad y tono divertido, yo me mordía los labios, si alguna vez mario flaqueaba un poco ella volvía a contar el mismo nº tres veces..., la vara buscaba mi cuerpo y se adaptaba a él, el dolor era insoportable y yo estaba débil, habían sido muchas experiencias en pocos días... el caso es que sobre la 70 vi que no podía ya estar en pie, empecé a exclamar, piedad¡ piedad¡, ella sorpresivamente para mi, se dirigió a mario. ¡para!, ¿Qué pasa? ¿No sirves para nada? No puedo más , no puedo más, mis piernas apenas me sostienen!!!, me pase la mano por el culo y vi que tenia bultos al medio girarme tenia zonas moradas, negruzcas... el culo me ardía... ¿Qué pasa no sirves para nada ya? ¿No eres capaz de soportar un castigo por mi? No puedo más, perdóname, apenas me sostengo!, es un problema físico, estoy exhausto... ¿Ahhhhhhh es un problema de que tus piernas no te sostienen no?... de refilón vi a mario, estaba excitado, no me extrañaba, yo a pesar de todo también lo estaba, ella parecía una diablesa, increíblemente altiva y malévola...

Ella debió reparar también en ello, porque entonces nos miro y se rió... ¿Estan excitados por lo que veo no? No respondimos... ¿Y quien les ha dado permiso? les voy a enseñar yo a pedir permiso!!!

Abre la boca!!!, se fue a por mario y lo trajo de los pelos, enseguida me di cuenta de lo que pretendía, yo empecé a llorar y a suplicar que no, que por favor no lo hiciera, mario estaba descompuesto... todo estaba pasando muy rápido, apretó mi cara contra su sexo y me obligo a abrir la boca yo lloraba, pero entonces ella nos mando callar y dijo, aquí está muy claro, el primero que desobedezca se larga!!! así las cosas, de pronto comprendí que era la prueba que llevaba días maquinando y que mario lo había comprendido también, empecé a vomitar, era algo que no podía controlar, me repugnaba... ella sin embargo se reía y acariciaba su sexo, esto nos mantenía a ambos totalmente excitados... sin poderlo evitar mario eyaculó en mi cara... ella reia , yo me sentía totalmente humillado y excitado, entonces ella se tranquilizó un poco, se levantó y se fue hacia mario, se acerco a su cara y le dijo ¿Te ha gustado? él no dijo nada, ¿Te ha gustado? No respondió mario mirando al suelo: Sabes que los hombres me resultan repulsivos gusano... Bien, así me gusta... Se volvió hacia mi y me dijo, ahora nos toca poner a mario en su sitio... yo jadeaba y aun vomitaba. Colocó a mario como cuando ella nos penetraba y me condujo hasta él... entonces me dijo: Ahora tu perro canequero!!! Tú ahora te vas a tirar a mario!!! yo aún lloraba y la miré suplicante, por favor!! por favor!!! Hazlo! dijo con total desprecio y con mirada desafiante, hazlo o te vas... introduje mi sexo en mario, ella me cogía por los hombros y me obligaba a embestidas bruscas, de pronto era como si a través de mi sexo me desahogara, parecía un loco, en pocos minutos había explotado y yacía exhausto en la alfombra...

Bien, bien... ella estaba contenta, sonreía... "Creo que ahora todo está mucho mejor, queda claro que aquí se hace lo que quiero yo en todo y que sólo son lo que yo quiera que sean... ahora cada uno a su cuarto, desde ahora no olviden, que las cosas siempre pueden empeorar si no soy servida como merezco"...



________________________________________________________

RELATO POR UN SUMISO BOGOTANO.




Mi interés por el BDSM empezó a la edad de unos 18 años cuando por casualidad en una video tienda vi. una película sobre bdsm; la alquile la verdad no recuerdo el nombre era en formato vhs y desd ahí me interese por este tema que hoy en día a mis 37 años cada vez me siento más subyugado por esta pasión…..

Pero solo fue hasta hace unos años que de verdad me interese por buscar a fondo del tema; nunca antes lo había hecho por qué antes no existía donde buscar o aprender del tema. Cuando llego Internet de uso domestico a las casas ahí fue donde pude empezar a experimentar de una manera mas cercana este tema me entere que no es solo el gusto que debe tener una persona por el tema si no también hay que optar un papel y mas que algo pasajero se puede convertir en un estilo de vida si se desea; dominantes sumisos, esclavos o switch según el gusto hay que escoger alguno para así poder disfrutar y experimentar de manera real o virtual o de espectador todo este mundo que abre posibilidades cargadas de mucha sensualidad, profundo erotismo y experiencias que para el común de las personas suena hasta degradante pero que a los que decidimos llevar y aceptar nos parece normal divertido y excitante.
Mi inclinación desde un principio fue sumiso y ahí es donde para mucho radica el no poder cumplir muchos sueños… en Colombia es difícil encontrar una parte dominante mas si se es heterosexual encontrar una Ama..
Amas hay pocas la mayoría comprometidas; que queda por hacer tener paciencia tratar de documentarse y estar preparado para cuando esa anhelada Ama llegue y si llega que haya química y aceptación por parte de ambos. Porque como en toda relación debe de existir ese filig que llaman entre dos personas que se conocen he inician algo mas que una amistad.
Dentro de mis gustos como sumiso esta la servidumbre, los castigos, humillación no publica, y de hay se desprende toda clase de actividades que la lista es casi innumerable ; así que queda mas fácil comentar practica que para unos es aceptable para mi no lo es como lo es el scat, zoofilia, rituales con agujas , marcas permanentes etc… practicas demasiado extremas la verdad no es de mi gusto pero para otras personas si lo seran….

Mas no puedo hablar puesto que hasta la fecha no he encontrado esa Ama que desee tenerme adiestrarme para servirle obedecerle y pertenecerle.. ser de su propiedad, su juguete, su felpudo, su gusano, para su satisfacción y placer pleno…
Gracias a la Señora Ama Claudia al parece hay una posibilidad con una Ama que ella esta entrenando en dominación de poder llegar a servirle ojala se den las cosas; si no pues seguiré e la espera de esa Ama que desee tenerme….



Sumiso bogotano…….





 CAMINO ARDUO PERO SEGURO

Habla de:

Personas que se aman, o si no a tanto, que respetan la autonomía del otro, se gustan y confían en el otro.

Representar el papel de un severo pero amante Amo o Dómina requiere un corazón ético y sensible. Y actuar como el hedonista sumiso o sumiso que lo entrega todo, exige una gran fortaleza. Se trata de sofisticados juegos y ejercicios para aquellos que han crecido tanto en mente como de cuerpo. Porque sólo los adultos pueden evaluar en serio los riesgos, expresar sus deseos y consentir en confiarse el uno en el otro.

Si te interesa el tema, te da morbo, quieres hacerlo pero en serio, has emprendido un lago viaje hacia la honestidad sexual y la revelación personal. Puede ser un camino arduo, pero es el único modo de conseguir lo que deseas.

El Amo más perverso del mundo, la Dómina más imaginativa, empezaron igual que tu hoy: curiosos, excitados y algo inseguros.

Podemos practicar sexo de modo natural e instintivo, pensando en la reproducción, liberando hormonas. O podemos añadir juegos: el sexo es uno de los pocos ámbitos en que los adultos somos libres para recrear nuestro placer como niños.

Todos tenemos deseos y temores ocultos, cosas que nos espantan pero que también nos morimos por hacer. Vivimos en una cultura que aborrece la verdadera pasión porque socava el valor comercial de las manidas imágenes eróticas que sirven para vender coches, cosméticos o refrescos.

Sadomasoquismo es un término al que el diccionario no le hace justicia, y la sociedad le condena. La realidad es que engloba muchos escenarios, que tienen en común el disfrute mutuo entre adultos que implique un juego de roles de dominación y sumisión, ataduras físicas y psíquicas, o dolor erótico (es decir, placentero).

El único requisito es que no ocurra nada que no hayan acordado de antemano, y que no salga nadie herido (mental o físicamente) a menos que deseen ser marcados





C U E N T O P A R A U N A S U M I S A S I N

F U E R Z A S

P o r S i r E g a r t





Anochecía. El Hombre se sentó en su mecedora, frente a la chimenea, en el centro de la cabaña

de troncos. Espero que Lisy, su perrita, viniera, juguetona y zalamera, a meterse entre sus

piernas, a mirarle con complicidad retadora y a lamerle las manos. Pero Lisy no vino aquella

tarde. Permanecía echada sobre sus patas, en el rincón más oscuro de la cabaña, con la cabeza

extendida sobre sus manos y los ojos muy tristes.

El hombre empezó a silbar. No era el sonido agudo, casi imperioso, con el que otros días

reclamaba la atención y la venida de su perra. No. Esta vez, el silbido sonaba mucho más tenue,

con una dulzura (entre contemplativa y nostálgica) que recordaba la cadencia de una flauta de

pan. La melodía que él silbaba recordaba el suave susurro del mar cuando sus olas acarician

mansamente la arena desierta de la playa; o el crujir de las hojas de otoño cuando el viento las

mece o alguien pasea sobre ellas, estrujándolas; o el rumor difuminado de una granja lejana,

mientras las vacas regresan al establo: algún mugido, el cencerro de una res que se mueve

lentamente, el trajín en la cocina mientras se prepara la cena, las herramientas que vuelven a su

sitio...

Lisy levantó las orejas, muy atenta, como hipnotizada por aquella música tan nueva, pero tan de

toda la vida. Algo se tensó en sus patas, de un modo casi imperceptible, mientras la escuchaba.

Y cuando el Hombre, que seguía silbando, la llamó con un gesto de su mano, ella se acercó

mansamente y se tendió a sus pies. Aquellas piernas fuertes, entre las que había jugado tantas

veces, se convirtieron ahora en su defensa y su almohada.

Pasó mucho tiempo allí, sintiéndose segura. Por ella, se hubiera quedado toda la vida. Pero su

amo le acarició la cabeza, le puso la mano bajo la mandíbula, le obligó a mirarle a los ojos y tiró

suavemente de ella, atrayéndola hacia su regazo.

Se sintió todavía más cómoda y segura que cuando se refugiaba entre las piernas del Hombre.

Se acurrucó sobre su vientre, con la cabeza apoyada en su pecho. Él (para entonces ya había

dejado de silbar) le pasó insistentemente la mano por el lomo, con una ternura enorme. Se

quedaron en silencio. Sólo se oían sus respiraciones acompasadas. Y en aquel abrazo, piel con

piel, cada uno sentía los pulsos del otro. Hasta que descubrieron que, sin proponérselo, sus dos

corazones se habían puesto a latir al unísono. Una niebla de paz los envolvió, y les fue calando

hasta lo más profundo.

Estuvieron así toda la noche. Sin hacer nada. Sin decir nada. Sin dormir. Embelesados en

aquella placidez, en la que sobraba todo, porque tenían todo lo que necesitaban. Se tenían el uno

al otro.

Sólo cuando, terminada la noche, el cielo se vistió de amanecer, y los colores volvieron a las

cosas, y la vida recobró su algarabía... sólo entonces, el Hombre y Lisy se separaron y cada uno

fue a lo suyo. Pero los dos sabían (lo supieron ya siempre) que eran capaces de respirar al

mismo compás y de que sus corazones latieran con el mismo ritmo. Aunque, aparentemente,

estuvieran muy lejos el uno del otro y cada uno en sus cosas









                                       EL ARTE DEL AZOTE / 1 -  EL MAESTRO DEL AZOTE




Era uno de esos hombres por los que las mujeres se vuelven locas. Y sé de qué estoy hablando: me llamo Eva. Estoy segura de que habréis visto fotos mías. Eva Lindt. La reina del cotilleo, la sultana del escándalo. Las revistas se pelean por mis crónicas sobre la vida sexual de las estrellas. Yo os informo de cuándo ha dejado Steph de acostarse con Anthony, y de que al pequeño príncipe le gustan mucho los hombres de pelo moreno con bigote, preferiblemente con aspecto de militar. “La Lindt” me llaman en la televisión, donde cada viernes a las diez os ofrezco la imagen de mi vertiginoso escote y una serie de anécdotas picantes que escucháis de mis sensuales labios. En este negocio, tienes que aprovechar al máximo cualquier virtud que tengas.
Pero volviendo a aquel tipo... Entró en mi compartimento de primera clase del tren París-Venecia. Odio los aviones, donde, al contrario de lo que os diría una tal Emmanuelle, nunca pasa nada. Los trenes se prestan a los encuentros. Especialmente en los largos recorridos.

Había cogido el tren de las 7:42. Una cálida niebla azul de verano envolvía la estación de Lyon. Llevaba una camiseta de cuello alto y la minifalda de ante que siempre inspira a los hombres a confiar en mí. Tengo una forma de enseñar los muslos que hace que me digan más cosas de las que deberían. Estaba sola en el asiento de la ventana, mirando hacia delante. El hombre miró hacia los asientos vacíos sin ni siquiera echar un vistazo en mi dirección. Colocó su bolsa en la repisa del equipaje y se sentó justo delante de mí. Sus piernas rozaron las mías. Se disculpó con una vaga sonrisa....... y yo le devoré con los ojos. Alto, delgado, pelo cano en las sienes, con la cara lo bastante marcada para indicar que había amado mucho y sufrido mucho más. Pantalones blancos, camisa negra como la noche, zapatos marrones. Suspiré para llamar la atención sobre mi pecho. Me removí en mi asiento. Dejé caer mi periódico... ¡pero no había manera! El hombre seguía mirando por la ventana. Sus ojos parecían fijos en las nalgas de las pasajeras que iban subiendo al tren. Una chica bajó al andén delante nuestro. Llevaba unos pantalones cortísimos que se adaptaban a su silueta como una segunda piel. Caminaba con un contoneo, con sus carnosas medias lunas sobresaliendo justo por debajo de la fina franja de tejido. Mi vecino tragó saliva. Comenzó a levantarse. Pensé que iba a dar un salto hacia el andén. Pero volvió a hundirse en su asiento. Sacó un pequeño libro verde del bolsillo, giró algunas páginas y comenzó a escribir febrilmente. Justo en ese momento arrancó el tren.




Mientras nos dirigíamos hacia Dijon, los ojos de mi compañero de compartimento se fueron cerrando. Estaba dormitando, con su libro de notas en el asiento que había junto a él. No puede contener mi curiosidad... gajes del oficio, supongo. Muy lentamente, alargué la mano y cogí el libro. Lo abrí por la primera página. Mis ojos se posaron sobre un título en letras mayúsculas: EL ARTE DEL AZOTE

Está todo ahí – dijo -. Al menos, lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. Por eso quería escribir un libro. “El arte del azote”, por Donatien Casanova.


- ¿Es ése su verdadero nombre?

- ¡O lo es o debería serlo! Al igual que el suyo debería ser Eva...



Había tocado mi punto débil. Me encanta que me reconozcan. Alargó el brazo para quitarme el libro de notas, ya pesar mío me sorprendí mirándole las manos, grandes y toscas, con palmas diáfanas, casi frágiles. Manos que parecían hechas para abofetear y golpear, para estirar, para masajear, para seducir, para agarrar. Él se dio cuenta y reprimió una sonrisa.



- El azote ha pasado de moda – declaró -. ¡Hoy en día está mucho más de moda admitir el gusto por los látigos y el cuero que por unos azotes inocentes! Probablemente nunca la han azotado...



Mi primera reacción fue decir algo estúpido como “¡OH, no, por favor!” Pero aquel tal Donatien Casanova ya me gustaba demasiado. Donatien como De Sade, Casanova porque un extraño conocido en un tren que iba cruzando Europa de camino a Italia no podía llamarse de otra forma....



Al final acabé respondiendo, “¡No, nunca lo han hecho! Al menos no como usted supone.”



- Ya nadie entiende lo que es el azote. Alguno piensan que es un castigo para niños. Otros piensan que es una manía ridícula. Pero es la mayor forma de homenaje a la parte más digna, más refinada y más generosa de la mujer: sus nalgas. ¿Sabía, Eva, que el ser humano es el único animal dotado de nalgas? ¡Los animales tienen cuartos traseros! Nosotros tenemos esa arrogante y adorable redondez que atrae, que sobresale, que provoca. En las mujeres adopta la forma de unas curvas deliciosas, un atractivo irresistible para la mano. Azotar no es golpear. Es acariciar y violar al mismo tiempo. No conozco nada más magnifico que unas nalgas que se sacuden bajo una mano, se endurecen y a continuación vuelven a suplicar por otro golpe. Se entregan y se rebelan en el mismo movimiento... Azotar el culo de una mujer es mejor que follársela. Es hacer el amor con ella mientras se observan sus efectos...

Me arrancó el libro de notas de las manos y lo hojeo rápidamente, revelando una serie de notas escritas en tinta negra y diversos bocetos tan magníficos como el de la página del título.


- Lo he puesto todo aquí. Todo lo que sé... porque uno no se dedica al azote de cualquier manera, ni con cualquier persona. Léalo Eva. Estoy seguro de que es lo bastante mujer como para apreciarlo.

De repente, sentí que mis nalgas ardían sobre el asiento de cuero. Quería levantarme, pero era como si un gran peso me mantuviera clavada al asiento, que se había amoldado por debajo mío como si fuera una mano. Miré por la ventana. Estábamos llegando a Dijon.




                                   EL ARTE DEL AZOTE  / 2  -  EL PRIMER AZOTE


El tren se había detenido junto al andén. Por megafonía se informó de que habría una parada de dos minutos. Una mujer de rasgos pálidos y unos treinta años, pelirroja, con moño, apareció en la puerta de nuestro compartimento. Llevaba de la mano a un muchacho hosco con la cara manchada de los restos de una piruleta de fresa.




- Siéntate, Julien – dijo.

- Lo siento – respondió Casanova.

- ¿Cómo dice? – replicó la mujer.

- Quiero sentarme – se quejó Julien.

- Todos estos asientos están ocupados – replicó Donatien.

- Pero si no hay... – tartamudeó la mujer.

- El resto todavía no han llegado. Les estamos esperando. Vamos a una conferencia en Roma. Representamos a la Confederación de Dionisíacos Eróticos.. ConDe, seguro que ha oído hablar de nosotros.

La mujer echó una mirada aterrorizada en mi dirección. Yo me levanté la minifalda un poco más y confirmé sus palabras asintiendo con la cabeza.




- ¡Pero si no puede encontrar otro asiento, quédese! –añadí-. Ya nos apretujaremos un poco. Además su hijo es realmente guapo. Podría enseñarle algunos jueguecitos que seguro que no conoce...



La mujer huyó del compartimento, arrastrando al niño por el brazo. Mi compañero parecía ensimismado en las nubes.



- ¿Le gustaba su trasero? – le pregunté.



- Demasiado plano, demasiado anónimo. ¡Cuándo sepa algunas cosas más sobre el azote, comprenderá que no todas las mujeres se lo merecen!



La gente que había en el andén, los carros con el equipaje, las chimeneas, los postes telefónicos, todo comenzó a desfilar ante nuestros ojos. Mi compañero me señaló con un dedo su libro de notas verde.





- ¡Bueno, léalo! Antes yo era como usted. Vivía, amaba, follaba, y no sabía nada sobre el azote. Ni tampoco sabía que fuera un arte, un arte que, como cualquier otro, requería de un talento que debía ser entrenado.



“Descubrí el azote por accidente. En gran medida, como lo hicieran Arquímedes y Newton, lo hice en la bañera y en el huerto, respectivamente. ¿Dónde podría haber tenido una revelación así sino en el calor de una cama, en compañía de alguien amado?



Tenía dieciocho años y ya había escogido la persecución del placer como objetivo general de mi vida. Mis amigos eran capaces de hacer muchas cosas por seducir a muchachas jóvenes, por sacarles algunos besos entrecortados y algunos sobeteos después de horas y horas de películas, baile, restaurantes.... Yo ya lo había averiguado, y me di cuenta de que salía más barato pagar a alguien que se dedicará a ello profesionalmente. Como mi ancestro, como todos los verdaderos libertinos, no veía nada reprobable en pagar a las mujeres por el placer que me proporcionaban.



“Gina trabajaba en casa. Conseguí su dirección de mi abuelo, Giacomo, que había sido el responsable de gran parte de mi educación. ¡Ah, Gina! Veinte años, pechos como cilindros a los que me agarraba para no deslizarme hacía abajo mientras me hundía en su sexo profundo, de labios rojos, cremoso y suave, que olía a albaricoque y coral. Gina tenía uno de los derrières más fantásticos que había visto jamás. Ella lo sabía, y no lo ocultaba. Me encantaba mirarla con unos tejanos ajustados a su piel, moldeando los dos generosos globos que sobresalían desde su cadera, balanceándose mientras se movía. La mayoría de las veces, para no perder el tiempo entre cliente y cliente, Gina sólo se ponía unas bragas, una sencilla tira de nilón transparente que suavizaba a la perfección aquellas esferas lechosas, perfectamente formadas. ¡Imagínesela! Por delante, un resplandor de vello púbico en llamas adornaba sus carnosos labios, su ansiosa raja, su voluptuoso valle oceánico; por detrás, sus apetecibles medias lunas se contoneaban una después de otra como dos bailarinas en un tango embelesador.”



“En resumen, Gina me volvía loco, y yo no me arrepentía de los miles de liras que me gastaba en ella tres veces a la semana. De hecho, sólo tenía un remordimiento: Gina era una verdadera profesional. Mientras pagara el precio, cedía a todos y cada uno de mis caprichos: el “chino”, en el que la mujer dobla las piernas hasta la cadera, de forma que toque sus nalgas con los talones; o la “rana nadando”, en la que se pone boca abajo y envuelve con las piernas al hombre; la “misteriosa”, en la que se hace el amor en una silla, con la mujer dándole la espalda a su amante: la “cubana”, en la que el hombre se corre entre los pechos de ella, mientras ella los aprieta contra su polla... Ningún capricho le era desconocido. Era una funcionaria del amor, que adoraba las novedades, y que incluso inventaba sus propias variaciones y las sugería a sus clientes por una pequeña suma adicional. Pero seguía el código de honor de las prostitutas, y Gina nunca se corría... Lo que me hacía sentir miserable. Sus suaves palabras, sus ánimos, sus respuestas chistosas... ni siquiera las obscenidades que susurraba en el momento justo conseguían consolarme de su indiferencia.”



“Por entonces yo era joven. No me había dado cuenta de que una prostituta que no se corre es más honesta que una amante que finge hacerlo. Y, generalmente, damos demasiada importancia a este aspecto. El placer nunca se encuentra donde los sexólogos afirman que debería estar.”



“Aquella tarde, Gina estaba sentada a horcajadas sobre mí. Yo estaba tirado en la cama: ella guió mi sexo con las manos hasta su gruta escarlata. Yo entré en ella con un movimiento de vaivén, mientras me susurraba cosas, me atraía de nuevo hacia aquel trance maravilloso.”



“Mi cuerpo estaba arqueado, mis manos agarraban sus suaves curvas neumáticas, cuando de repente levanté la mirada hacia mi dulce amazona. Tenía la expresión vacua de alguien que está pensando en otra cosa. Quizás estaba decidiendo que cenaría esa noche, o recordando por centésima vez la trágica relación entre Escarlata O’Hara y Rhett Butler: “Lo que el viento se llevó” era su película favorita. Y si en ocasiones aceptaba mis peticiones sin que yo tuviera dinero, era porque había un deje irónico en mi mirada que le recordaba a Clark Gable...”



“Al ver que estaba en otro sitio (en la cercana Atlanta, si mi intuición no me fallaba), me enfurecí. Cobrando vida propia, mi mano se levantó y golpeó a la prostituta en el trasero. Nunca había azotado antes a nadie. Nunca se me había ocurrido. Cuando leía escenas semejantes en las novelas eróticas, apenas me excitaban.”



“El resultado fue asombroso, Gina se echó para adelante y sus ojos se iluminaron. Inclinándose sobre mí, apretó sus labios contra los míos y metió su lengua en mi boca, explorándome, electrificándome. Repetí la acción, dándole un azote más fuerte y centrado sobre sus dos nalgas. Mi amazona gimió de placer. Tembló encima mío, y su sexo se volvió denso como el trópico... Ya no podía controlarme. Azoté ese culo, que cedía a mi goce ilimitado, ardiendo bajo mis palmas. Gina me acompañó con feroces gemidos indistinguibles de sus gritos de placer. Estaba extasiado. La habitación, los ruidos de la calle, la húmeda cama, dejaron de existir. Estaba pegado a aquellas nalgas, enrojeciendo su esplendor bajo mis manos. La eternidad, descubrí, era aquel culo que bailaba bajo mis palmas. Gina se retorció, suspiró, jadeó. Se empalo en mi sexo: estaba tan abierta que hasta le podría haber metido los huevos. Me cubrió con un flujo de lava, chillando como una loca hasta el límite de su voz. Yo le respondí disparando mi leche en ráfagas que parecían durar eternamente.”



“Cuando recuperé el sentido en la calle, volví a examinar la escena. Mis relaciones normales con las mujeres parecían de repente carentes de sentido. Había descubierto un raro placer en el azote; era superior a mí. Sólo me arrepentía de una cosa: había azotado el culo de Gina sin que yo pudiera verlo, de forma que no pude contemplar que aspecto tenía. Me imaginé como sería si volviera a hacerlo, pero esta vez observando el movimiento de sus nalgas desde detrás, dibujando mi gesto como una película a cámara lenta para saborearlo mejor, excitado hasta el punto de que casi no podía andar....”



Levanté la cabeza. Los ojos de Casanova seguían centrados en mí. Sin darme cuenta, yo me había metido la mano entre los muslos. Mi falda de cuero se había levantado por encima de mis bragas de seda. No estaba exactamente acariciándome, pero tenía la palma de mi mano apretada con fuerza contra mi sexo, como para calmar la palpitación que había ido creciendo en mi interior a medida que leía el libro.



- ¿Le gusta? – preguntó Donatien Casanova - ¡Pero no responda todavía! –añadió rápidamente-. Yo tampoco comprendía del todo la terrible atracción del azote. Estaba dotado de un don, es verdad, pero había que saber utilizarlo...



A pesar mío, me bajé la falda de nuevo, cubriéndome todo lo que pude. Por primera vez, me sentí incómoda llevando una ropa provocativa. Aquel hombre, aquel extraño, me parecía tremendamente peligroso. Me había alterado en todos los aspectos, comenzando por el dicho de que uno nunca debe golpear a una mujer. “Ni siquiera con una rosa”, decía mi abuelo, “porque arruinará la flor y no mejorará a la mujer”. Pero yo habría ocupado alegremente el lugar de Gina. Me sentía ofendida porque, por un exceso de respeto hacia la famosa Eva Lindt, ninguno de mis amantes me había azotado nunca. Me habían acariciado, chupado, follado... ¡pero no me habían azotado! Tenían demasiado miedo de mi reacción. Pobrecillos, si supieran cómo lo ansiaba...



La luz del sol entraba por la ventana. Casi sentía como si sus rayos hubieran llegado hasta mi sexo abrasador, como si estuviera desnuda. Casanova miró su reloj.



- Déjeme invitarla a una taza de café –dijo-. A menos que prefiera seguir leyendo...



Yo dudé, pero ya me había imaginado en el lugar de Gina. Tenía que saber qué ocurrió a continuación.



- Un poco más tarde, gracias –dije.

- Eso me parecía – replicó Casanova.



Aquel hombre era definitivamente peligroso. ¡Y condenadamente seductor!





                              EL ARTE DEL AZOTE /  3 -  EL PLACER PARA LA VISTA

Gina me esperaba en la siguiente página. Era un dibujo hecho a su espalda, pero por la curva de sus caderas, el hueco de su espalda y el pelo que caía en cascada sobre sus hombros, la reconocí al instante. Era ella, y Donatien había tenido mucho cuidado de captura a la perfección la excitación oculta en sus nalgas.






Yo tampoco soy manca en ese apartado. Mi culo ha tenido varios adoradores que lo han alabado tanto con palabras como con actos. He visto fotos en las que me estaba inclinando hacia abajo, con los codos apoyados en un taburete, ofreciendo mi derrière al espectador. Y creedme, vale la pena: es pequeño, prieto, coqueto y bastante mofletudo.



Pero el de Gina, según lo había dibujado Casanova, rompía todos los récords. Si hubiera un concurso para encontrar el culo más glorioso del mundo, ella se llevaría el premio de Culo Precioso. Las nalgas de Gina eran dos hemisferios rellenos y flexibles; bóvedas soberbias, suaves; bombones firmes, sabrosos; peras demoníacas que se fundían al tacto. El trasero de Gina era una provocación para azotarlos, pellizcarlos, agarrarlos. Te entraban ganas de abofetearlos, lamerlos, cuidarlos, besarlos, morderlos, fustigarlos. Las nalgas de Gina eran deseos, caprichos, manías. Sueños que podías tocar, sopesar, coger entre tus manos. Un culo de fantasía, pero “realmente real” como diría un niño.

Donatien Casanova asintió.




-Ah- dijo-. Siempre ha tenido el mismo efecto en todo el mundo, fuera hombre o mujer. ¿Sabe?, incluso pensar en ella hace que mi mano no se pueda estar quieta.



No mentía. Sus muñecas y dedos se agitaban como si fuera un enfermo de Parkinson. Y sólo se trataba de un clímax inigualable en el arte del azote.



“Solo tenía un deseo: volver a casa de Gina y darle más azotes, que estaba seguro que le causarían tanto placer como a mí. Pero el placer aumentaba todavía más con la espera. Me prohibí a mí mismo volver allí. Vagué por las calles toda la noche, y acabé entrando en una librería que no cerraba hasta tarde. Allí descubrí un fino volumen que al fin echó algo de luz sobre mi recién descubierta afición: “El elogio del azote”, de Jacques Serguine.”



“El mismo libretero tenía una buena provisión de libros dedicados a la “educación inglesa”. Cogí unos cuantos, pero las historias de colegialas castigadas con una fusta eran demasiado monótonas para mí. En mi mente el azote no debía ser un castigo. Nunca debería adoptar esa forma, ni siquiera la de un juego. El azote debería ser practicado únicamente por el placer de los dos participantes. Cualquier racionalización le privaría de todo su secreto.”



“Cuando pagué por los libros, el vendedor me miró y me comentó: “Como usted parece ser también un aficionado al tema, le recomiendo que visite el número 12 de la rue Cavour. No quedará decepcionado”.”

“Al día siguiente, fiel a mi decisión, decidí posponer de nuevo mi visita a Gina. Quería saborear las horas que me separaban de mi nueva sesión. Había visionado aquel trasero único dominado bajo mis manos, temblando bajo mis golpes... No podía pensar en nada más. Entré en un cine. A pesar de la presencia de Marcello Mastroianni y Monica Vitti, salí a los quince minutos. Caminar por las calles era peor. No podía evitar mirar los traseros de las mujeres que pasaban a mi lado. Los había de todo tipo. Descarados, aburridos, generosos, enfáticos, glotones, lúbricos, arrogantes, desdeñosos, reales, intolerantes, austeros, disfrazados, prometedores... Me hubiera gustado tener una de esas máquinas mágicas con las que sueñan los niños, que te permiten ver la desnudez oculta de las personas. Imaginaba globos de carne aprisionados en bragas de color negro o rosa. La chica a la que llevaba mirando un rato, contoneando su trasero con una falda estrecha que le llegaba hasta las rodillas, tenía que llevar unas bragas de seda transparentes que le llegaran hasta sus nalgas, cubriendo apenas su monte de Venus. Era como ver un espectáculo erótico en el que la estrella era su mata de vello negro. Otra chica, estoy seguro, no llevaba nada de ropa debajo de su falda a cuadros de colegiala.”




“A cada paso que daba, el áspero material apenas se agarraba a su frágil piel, imaginaba yo en mi mente, enfermiza y lechosa.”



“Ya no lo soportaba más. Entonces recordé la dirección que me había dado el librero, y fui allí. Era una casa de tres pisos con los postigos cerrados. Cuando llamé al timbre, me respondió rápidamente una doncella con un vestido clásico, negro, con un delantal blanco”.



-¿Sí, señor?- preguntó.



“Era tal su parecido con una criada doméstica típica que llegué a pensar que me había equivocado. Casi me fui sin decir una sola palabra. Comprendió mis dudas y, con la más mínima de las sonrisas, dijo:

-Sígame.”



“Ella también sabía llamar la atención sobre el rasgo que más me atrae de las mujeres. Caminaba lentamente, levantando, como si fuera una copa sagrada, cada protuberancia carnal que crecía desde la base de su pelvis. Era un movimiento grácil, majestuoso, como una danza sagrada. Mientras la seguía por el pasillo alfombrado de terciopelo e iluminado por rayos de luz que entraban por cristaleras tintadas, me vi incapaz de contener una tremenda erección. La doncella me llevó hasta un salón. Allí, sentada sobre una gran butaca, había una mujer de unos sesenta años, con las mejillas algo ajadas, el pelo gris recogido en un moño y los brazos delgados cubiertos de brazaletes de oro y plata.”



-Alguien desea verla, Madame –dijo la doncella, que a continuación salió.



“Me encontré solo con aquella matrona, que extendió una mano flácida a modo de saludo.”



-Siéntase como si estuviera en su casa, joven. Llámeme Cordelia. Todos me llaman Cordelia aquí.



-B-buenos días, Madame –tartamudeé.



- Cordelia –me corrigió.



“Me costó pronunciar las sílabas, pero al final lo conseguí.”



- Cordelia.



“Entonces se hizo un largo silencio entre nosotros, durante el cual maldije al librero y a mi propia inconsciencia, y comencé a pensar en maneras de salir de allí. Sin embargo, tras haberme observado durante un rato con los ojos medio cerrados, Cordelia dijo:



- Sé perfectamente lo que anda buscando. ¡A su edad, no soy tan ingenua como para esperar que venga en busca de mujeres mayores!



“Hizo un gesto hacia una puerta que había justo enfrente de la butaca en la que estaba sentada y que se había abierto sin que me diera cuenta.”



- Venga, nos encargaremos de usted.



“Yo la obedecí. Tras avanzar por otro pasillo con alfombra de terciopelo, entré en un pequeño dormitorio bien iluminado. Allí me esperaba una muchacha muy joven, sentada en el borde de la cama. Apenas tenía dieciocho años, y solo llevaba puesta una camisa fina de algodón en la que se le marcaban los pezones. Me hizo un gesto y yo me senté junto a ella.



-Aquí soy Sophie –me dijo-. No tienes que decirme tu nombre.



“Tenía la voz aguda. Se inclinó hacia mí y me ofreció sus labios, que tenían un gusto ácido, como bayas inglesas.”



-¿Te gusto?



“En realidad no me gusta mucho, pero no podía decírselo. Murmuré una respuesta vaga y la acerqué hacia mí. En realidad era bastante delgada. La cogí por las nalgas. Eran dos cáscaras de nuez, duras y llenas. Me cabían por completo dentro de la mano. Echaba de menos a la doncella, con su voluptuoso culo. En ese momento, ella entró en la habitación.”



-Veo que ya se conocen –dijo.



“Alargué la mano hacia su tentador trasero. Ella se apartó rápidamente, sonriendo.”



-Ah, no, monsieur. Primero tenemos que encargarnos de Sophie.



“Cogió a la joven de la mano y la puso de pie. Entonces le quitó la camisa. La adolescente estaba de pie, desnuda, delante nuestro. Tenía el torso delgado y el pelo del pubis rubio y muy corto, pues le estaba comenzando a crecer. La doncella le dio la vuelta para enseñarme sus nalgas. Eran más redondas y rellenas de lo que me había imaginado. En realidad, eran muy prometedoras...



“La doncella se sentó en la cama junto a mí y me dijo:



-Mire.



“La doncella acercó a Sophie hacia ella y la hizo estirarse sobre sus rodillas. Cogió mi mano y la movió por encima del culo de la chica.



-Tóquelo. Es suave, flexible, firme. Todavía no ha sido usado. Es un regalo digno de un rey, monsieur, pero a partir de ahora no podrá tocarlo.

“Comenzó a pellizcar a Sophie en el culo, dejándole algunas marcas rosas y blancas. La adolescente se retorcía sobre las rodillas de la doncella como si fuera un pez recién sacado de la red. Mi sexo se endureció ante la imagen de su culo indefenso, sujeto a cualquier capricho que a la doncella se le ocurriera. Ésta continuó dándole unos golpecitos suaves, desde un ángulo que apenas parecía que tocaran la piel, pero que acabaron haciendo aparecer unas marcas en forma de franja. Mi polla abultaba dentro de mis pantalones. Sophie se dio cuenta, alargó la mano y me bajó la cremallera. Mi órgano salió disparado hacia fuera. La joven lo acarició con una serie de besos delicados, mientras sufría el torrente de fuertes bofetones que le estaba propinando la doncella, y que acabaron por hacer aflorar lágrimas en sus ojos. La doncella volvió a cogerme la mano.”



-Tóquelo y verá cómo arde, monsieur.



“Era demasiado. El espectáculo del azote más había excitado más de lo que podía imaginarme. Aparté a Sophie a un lado y tumbé a la doncella sobre la cama. Le levanté la falda. Llevaba unas finas bragas de algodón que le cubrían el culo por completo. Se las arranqué con tanta violencia que se rompieron. Ella dejó escapar una sonrisa desdeñosa y susurró:

-A su servicio, señor.”



“Se puso de rodillas sobre la cama, con la cabeza bajada, como lo haría un fiel que se arrodillara para rezar en dirección a la Meca. Sus nalgas llenaban toda mi visión, dos enormes bolas que revelaban la flor violeta de su ano.”



“Rápidamente, extendí mi mano sobre ellas, cubriendo tanta superficie como me era posible. A cada golpe, la doncella animaba con una sonrisa, mezcla de placer y gemido. La golpeé sin misericordia, seguro de que podría soportar muchas más cosas. Además, estaba tan excitado que no podría haberle hecho daño. Sólo los sádicos con sangre fría hacen daño a sus víctimas. Esas prácticas no tienen nada que ver con el arte gentil y divertido del azote...”



“ Continué azotando el relleno y tembloroso culo de la doncella. La vi meter la mano entre sus muslos y comenzar a acariciarse, rogándome. “Sí, monsieur, más fuerte, ¡más fuerte!”,”



“Mientras, Sophie no estaba ociosa. Se deslizó debajo de su compañera para colocar su raja justo en la cara de la doncella. Ésta comenzó rápidamente a lamerla, jugueteando con la lengua por la ácida rendija mientras la chica me buscaba con la boca. Yo cooperé sin dudarlo y, sin parar un momento de azotar aquellas medias lunas, metí mi pene en la boca de la adolescente.”



“Estaba fascinado por aquellas nalgas que se tensaban, se entregaban, se recogían y se adaptaban al ritmo de mis azotes. La doncella se puso a trabajar con su sexo, mientras sus gemidos se hacían más rápidos y vehementes. Yo adapté mi ritmo del azote al de sus jadeos. De repente, se puso rígida y chilló, “¡NO!”.”



“En mi ingenuidad de principiante, pensé por un momento que le había hecho daño. Pero rápidamente lo comprendí, mientras la veía retorcerse y gemir extasiada. En ese mismo instante, se introdujo toda la vulva de Sophie en la boca, labios y clítoris juntos, succionando, lamiendo. La chica se estremeció y se abandonó al climax, llenando toda la habitación de un aroma de ámbar y limón. En cuanto a mí, habría sido de mala educación prolongar mi placer por más tiempo. Eyaculé en la garganta de Sophie un chorro de licor que a punto estuvo de asfixiarla.”



“Entonces saboreé todo mi triunfo, colocando cada una de mis manos sobre un culo diferente, pero delicioso. Mi visita a al rue Cavour me había enseñado una cosa: ¡en el arte del azote había que olvidar cualquier idea preconcebida!”




                                          EL ARTE DEL AZOTE / 4 - LOS BENEFICIOS DEL AZOTE

-Billetes, por favor.




Nos acercábamos a Vallorbe, en la frontera suiza. El revisor era un tipo rubio y alto, con unos modales algo torpes pero encantadores. Sus ojos se posaron fugazmente sobre mi camiseta, ya que se podían apreciar mis pezones oscuros por debajo suyo. Obviamente, quedo prendado de mí. Le entregué mi billete con una sonrisa que generalmente reservo para los políticos a los que voy a entrevistar. El tren comenzó a subir una pendiente, y él estuvo a punto de perder el equilibrio.



- Va usted a Venecia –inquirió.

- ¿Y usted? –repliqué.

- Desgraciadamente, mi turno finaliza en Lausanne.

- Qué lástima –dije, volviendo a meter el billete en mi bolso. Aproveché la oportunidad para moverme ligeramente abriendo algo más los muslos para permitirle ver mis bragas y mi mata de vello oscuro. Sin apartar los ojos del espectáculo, cogió el billete de Casanova. Entonces se giró y, a regañadientes, pasó al siguiente compartimento. Le seguí con la mirada. La parte baja de su espalda se movía seductoramente, con cierta elegancia torpe. Me pregunté si yo también disfrutaría azotando su culo de funcionario ferroviario.



Como si estuviera leyendo mis pensamientos, Donatien Casanova interrumpió mi ensoñación:



- Un tipo atractivo. Buen culo...

- ¿Le interesa?

- No. No tengo gusto para los tíos. Pero podía leer su mirada como si fuera un cartel de metro...



Me perturbó un poco el que leyera mis intenciones con tanta facilidad. Pero continué:



-¡Es imposible esconderle nada!

- Todos los aspectos de este tema me interesan. Los hombres proclaman su amor por el trasero de las mujeres. Pero raramente ocurre al contrario. Sin embargo muchas de ustedes reconocen que es una de las primeras partes en las que se fijan en un hombre. Para un hombre es tan importante tener un buen culo como para una buena mujer.



Tenía razón, no valía la pena discutir. Reinicié mi lectura del libro verde, preguntándole:

- ¿Volvió a ver a Gina?

- ¡Por supuesto! No podía vivir sin ella. Pero mi experiencia en la casa de Cordelia había tenido un efecto beneficioso. Había aprendido que le placer no depende de una sola persona, por muy bien dotada que esté.



Pensé en todos los hombres que había conocido hasta entonces. Especialmente en Patrick, un joven aristócrata con su propio programa de televisión. Nos habíamos conocido en el plató, delante de la cámara. Conocía mi reputación de devoradora de hombres, y se dedicó a seducirme con todo su empeño. Sonrisa perfecta, aspecto seductor, voz perfecta. Cedí ante su ataque. Me llevó a su casa. Saltó encima de mí inmediatamente después de entrar, todavía con su gabardina Buerberrys puesta. La puerta del apartamento estaba abierta. Escuché como llamaban al ascensor desde otros pisos.



- No puedo esperar ni un momento más –murmuró Patrick, explorando mi entrepierna.



Su pasión extrema me excitó. Enredé mis piernas en torno a su cintura y me entregué a él. Él me levantó por el culo, enrojeciendo por el esfuerzo. Pero ni uno solo de sus pelos engominados se movió de su sitio. Algunos segundos después eyaculó algunas gotas de esperma que, por increíble que parezca, me provocaron un orgasmo gigantesco.



Continuamos viéndonos así durante varias semanas. Patrick me follaba en todas partes, en las posiciones más inverosímiles, y yo me corría como una posesa. Evitaba los lugares tradicionales, como la cama, el sofá, el diván, el dormitorio o la alfombra. A mí me parecía bien, hasta que un día me di cuenta de que siempre lo preparaba todo para que pudiera ver su propio reflejo. Lo que le excitaba de todo aquel asunto era que él, Patrick de Loquefuese, se estaba acostando con Eva Lindt. Si nos hubiera sorprendido un fotógrafo, estoy segura de que por primera vez hubiera conseguido mantener una erección durante más de un minuto. En aquel momento decidí que ya había tenido suficiente sexo narcisista... Aquella misma noche elegí a un extraño y juntos viajamos hasta el séptimo cielo, quemando soles y lanzando estrellas que duraban mucho más que las de mi ídolo de la televisión.



-Todos tenemos nuestros recuerdos –dijo Casanova-. Algunos amargos, otros dulces. Pero al final, creo que siempre siento agradecimiento por cualquiera que me haya proporcionado placer. Aunque sea por pocos instantes.



¡Ahora estaba convencida de que aquel hombre era telépata! Tuve un impulso de salir del compartimento para evitar que se adentrara demasiado en mi mente. Pero algo me retuvo... El libro verde... La necesidad de saber más... O de hacer algo más...



- ¿Gina también? –respondí por azar.

- Se lo debo todo. Ya verá... Pero no la volveré a interrumpir.



Encendió un Monte Cristo número 3. El compartimento se llenó de un humo azul aromático que flotaba por entre los haces de luz solar. Me puse la mano entre las piernas de forma nada disimulada y continué leyendo, suavemente, acunada por el tren



“Después de tres enloquecedores y deliciosos días de espera, aparecí en la puerta de casa de Gina. Ella parecía perturbada al verme allí. Me recibió con un mohín:

-¡Así que eres tú!



“Yo sólo tenía ojos para su perfecto cuerpo moreno, el triángulo flamígero de su pubis, la redondez de su cadera en el punto en que se convertía en culo. Le di un beso en los labios al que respondió sin entusiasmo. Todavía no había decidido si iba a dejarme entrar o no. A pesar de mi decepción, reaccioné rápidamente ante la situación y susurré:



- ¿Tienes a alguien ahí dentro?

- No.

- ¿Estás esperando a alguien?

- No.

- Entonces déjame entrar.

- No estoy segura de que deba hacerlo.

Rompí a reír y le pregunté:

- Gina ¿Cuál es el problema? ¿Estás haciendo borrón y cuenta nueva? ¿Has decidido entrar en un convento?

- No... no se trata de esto –respondió.



Con aquella enigmática respuesta, decidió dejarme entrar. Pero en lugar de llevarme al dormitorio como era habitual, me llevó hasta una pequeña sala de estar, muy bien iluminada, amueblada con un sofá, dos butacas y una mesa de cristal de poca altura. Era totalmente opuesto a su boudoir rococó. Me senté en el sofá y eché un vistazo a la austera sala, limpia, sencilla. Estaba asombrado. Gina se arrodilló delante de mí y me cogió una mano, en un gesto emocional que no tenía nada que ver con su trabajo.



- ¡No lo mires todo así! Estás en mi casa. En mi verdadera casa. ¡Nunca he recibido a un cliente aquí!



“Estaba excitado. Al ver a Gina a mis pies, con su voluptuosa boca a la altura de mi sexo, con los grandes pechos que tantas veces me había llevado a los labios para chuparlos, me volví loco de deseo. Tuve una erección dolorosa. Los azotes que yo había imaginado me habían hecho enloquecer de ansiedad. Apenas pude contenerme para no agarrar a Gina por un brazo, tumbarla sobre mis rodillas, de culo para arriba, y azotarla como un poseso.



“Pero tragué saliva y le dije, con voz áspera:

- ¿Por qué me has traído aquí?

- Estoy segura de que ya lo sabes...



“Se tumbó de espaldas sobre la alfombra de lana blanca, estirada como un gato, con la cabeza apoyada sobre una mano, ofreciéndome el irresistible perfil de su trasero. Un escalofrío febril me recorrió de arriba abajo y en un tono apenas controlado, le dije:

- ¡Gina, no juegues a las adivinanzas conmigo!

Ella sonrió como una esfinge y echó la cabeza hacia atrás.

- Los estudiantes siempre quieren jugar a hacer de maestro.

- Gina, vamos al dormitorio.

- Aquí estamos bien.

- Te daré dinero. Todo el que quieras. Sé que pido más que los otros. Sólo di el precio.



“Se dio la vuelta sobre su estomago y levantó su culo hacia mí. Estaba más firme y redondeado que nunca, rodeado por unas bragas de seda blanca que no le cubrían del todo, dejando todo el valle de la parte superior de sus nalgas al descubierto. Sin mirarme, Gina murmuró:

-¡Tonto!

“¡Aquello era demasiado! Me incliné hacia ella, y con un gesto salvaje, le quité las bragas que, se rompieron. Agarré los restos de seda y me los llevé a los labios. Aspiré el enloquecedor perfume de Gina. La chica, tumbada de espaldas sobre la alfombra, dejó escapar un pequeño grito de asombro y placer. Ahora apuntaba su culo hacia mí con toda la intensidad que podía. Estaba esperando mi próximo movimiento, y yo no la decepcioné. Asombrado por mi propia ferocidad, me metí el trozo de seda debajo de la camisa, sobre mi piel... Era como si el contacto hubiera activado algún artefacto violento, incontrolable, mientras contemplaba aquellas nalgas arrogantes, palpitantes, como si tuvieran un corazón propio.

“Me levanté y le dije:

- Tienes que obedecerme, Gina.

“No me respondió, pero su cuerpo estaba vibrando de placer.

- Arrodíllate y pon la cabeza sobre el sofá –le ordené-. ¡No quiero ver nada más que tu culo! ¡Dámelo!



“Adoptó la posición que le había ordenado, con la cabeza y los hombros sobre el cuero negro del sofá, las manos en el suelo, de forma que pudiera extender su trasero hacia mí. Yo me arrodillé detrás suyo y manoseé los dos globos. Los pellizqué, los masajee, los separé para revelar el orificio violeta de su ano. Los lamí, los mordisqueé, los inhalé.



“Deslicé mi lengua entre su separación, y a continuación la dirigí hacia su sexo, ansioso de deseo. A continuación me retiré y, con cuidado, como acariciándola, le golpeé suavemente repetidas veces, provocando la aparición de unas manchitas rosadas en su delicada carne.



- ¡Sí... me gusta así! –suspiró Gina.



“No tuvo que decírmelo dos veces. Aceleré el ritmo de los golpes, más firmes ahora, primero en una nalga y luego en la otra, usando ahora mi mano derecha, ahora mi mano izquierda. Gina se enrojeció, se removió, respiró entrecortadamente, pero no se quejó en ningún momento. Sin otro contacto que las palmas de mis manos sobre sus nalgas, me invadió un repentino orgasmo; una ráfaga de esperma cayó sobre la carpeta blanca. Agarré a Gina por las caderas y le ordené:

-¡Chúpalo!

“Ella se puso a cuatro patas y, con el culo en pompa como un felino en celo, se dedicó a lamer mi simiente. Aquella imagen me hizo recuperar de nuevo todo mi vigor. Una fuerza primitiva me hizo sufrir una nueva erección; habría chillado si no me hubiera dado miedo romper el hechizo.



“Mis manos volvieron a caer sobre las nalgas ardientes de Gina. Pero aquello ya no era suficiente. Lo quería todo a la vez, beber de su fuente, entrar dentro de su flor, penetrar su garganta y frotar todo mi cuerpo contra sus pechos. Quería ser uno de esos dioses de película con incontables brazos. Pero necesitaría incontables miembros para poseerla de todas las maneras posibles a la vez... No está seguro de lo que hicimos a continuación, pero algún tiempo después me descubrí en el suelo. Gina estaba tumbada encima de mí pero en sentido invertido. Mi sexo palpitaba entre sus pechos mientras ella se los apretaba con las manos. Continué golpeándole el trasero, que se había vuelto incandescente, salpicado de franjas de color blanco y malva. Al mismo tiempo, yo la iba masturbando con mi rodilla derecha. O más bien, ella se iba frotando contra mí. Continuamos así, agarrados el uno al otro, hasta que ella se estremeció compulsivamente. Al mismo tiempo, inundó mi pierna de un flujo abrasador mientras yo eyaculaba entre sus pechos. Rodamos abrazándonos, sumidos en el abismo del éxtasis. Gina fue la primera en separarse. Se arrastró hasta el espejo y se dio la vuelta para mirarse el culo, todavía con las marcas de los azotes.



-Oh, Dios mío, ¿qué dirá Hugo?

-¿Tienes un amante? Creía que todos eran clientes.

-¿Estás celoso?

-¡Sí así fuera, no estaría aquí!

-Tienes razón, mi joven Casanova. Os soy infiel a todos con mis otros clientes, varias veces al día...

-¿Pero este Hugo...?

-Sí, Hugo. Es un caballero muy agradable, que probablemente te triplica la edad. No me hace muchas cosas, pero él también adora mi trasero. No de la misma manera que tú, sino que lo respeta, lo honra, lo saborea. Le sorprenderá ver estas marcas. Es un buen cliente, odiaría perderle.



“Pensó durante un rato y a continuación, con una risita, decidió:

-Le diré que me caí en la ducha, que me resbalé con una pastilla de jabón... Eso le hará querer cuidarme.



“Cogió mis ropas y me las tiró.

- ¡Llegará pronto, así que date prisa! No quiero que mis clientes se conozcan viniendo aquí. Todos sabéis lo que soy yo, pero uno por uno, debéis ser únicos...

- ¿Le traes aquí? –dije. No tenía ninguna gana de moverme. Estaba lleno de una gratitud lánguida. Haber conseguido llevar a Gina hasta el climax me llenaba de una especie de orgullo necio. Una vanidad normal a los veinte años de edad...

- Muévete, Donatien.

- ¿Puedo quedarme?

- ¿Pero quien te crees que eres? ¿Un caballerete napolitano? ¡No eres tan importante, caro!



“Se encogió de hombros y dijo, más seriamente:

- No me obligue a enfadarme. Sería terrible tener que despedirnos así.



“Me puse los pantalones y me anudé la corbata. A pesar mío, sentí un endurecimiento en el estómago al escuchar las últimas palabras de Gina.

- Nos despedimos... por el momento, ¿verdad?



“Se acercó hasta mí y, con un movimiento automático que indudablemente utilizaría con todos los buenos maridos que pasaban por su cama, me puso bien el cuello de la camisa.

- No –explicó-, no podemos volver a vernos jamás. ¡Se acabó! Tú me has dado placer. Yo te lo he dado a ti. Estamos en paz. Pero yo soy una puta. No puedo permitirme ese tipo de lujos.



“Me sentí desolado. Respondí, tartamudeando:

-¿No... no quieres volver a verme?

- Nunca más. Ni como cliente ni como amante. No puedo tener amantes. Has averiguado como hacer que me corra. Es demasiado peligroso para mí.



“Intenté convencerla de nuevo; tenía que hacerlo. Pero sabía que era inútil. Gina respetaba la ética de su profesión. No podría hacerla cambiar de opinión.



“Antes de que me fuera por última vez, lance una mirada de adiós a la sala geométrica, a aquella escasa anonimidad que había sido, quizás, una especie de permiso para nuestros excesos.



“Gina me apresuró para que me fuera, dándome un pequeño cachete en las nalgas. Me dio un último beso en los labios y entonces, mientras cerraba la puerta, me dijo:

-¡Adiós! ¡Te quedan muchos otros culos que azotar!

“No quería dejarla por mentirosa.





-¿Y bien? –preguntó Donatien Casanova.

-¿Nunca volvió a ver a Gina?

-Cumplí mi palabra. Nunca volví a su casa.

-Pero seguro que intentó averiguar qué había sido de ella –insistí.

Donatien sacudió la cabeza, con tristeza. Luego se explicó:

-¡En absoluto! El arte del azote no es una novela. Es un drama de iniciación. Una forma de transformar a quienes todavía no se han visto conquistados por las delicias de esta práctica, y un perfeccionamiento de las habilidades del resto. El arte del azote es ligereza, ironía, juego... La vida como una ópera cómica... Todo es falso, pero al menos nada duele de verdad. ¡Y me habla de qué fue de ella! Prefiero el recuerdo de Gina a cualquier dato biográfico. ¡Qué me importa si se casó con uno de sus clientes que era juez, o si todavía se dedica a hacer la calle!



No me gustan los fanáticos. He visto a muchos en mi profesión, gente empeñada en deshacer entuertos, nuevos filósofos defendiendo a Occidente sobre la mesa de un café, reformistas de la humanidad dispuestos a meternos a todos entre rejas por nuestro propio bien, o profetas inspirados directamente por Dios para llevar la muerte al infiel. En algunas ocasiones me asustaban, en otras me divertían, pero siempre les detestaba, por sus malas intenciones, por su ceguera, por su estupidez elevada a la categoría de doctrina.



Devolví el libro verde a Casanova.

-Aquí tiene. Me temo que no soy digna de leerlo.

Se negó a cogerlo con un movimiento de la mano. Quería disculparse, pero no tuvo la oportunidad. Una mano se había apoderado del libro.

-¿Pasaporte?

Era el inspector de aduanas.





                                       EL ARTE DEL AZOTE  /  5 - NO TODOS LOS AZOTES SON IGUALES


El inspector de Aduanas abrió el libro verde por la primera página, y sus ojos se encontraron con las nalgas de Gina extendida sobre Donatien. Dejó escapar un silbido de admiración, y a continuación me examinó de arriba abajo con la mirada.




-Felicidades –dijo-, pero me temo que este documento, pese a su detalle, no bastará...



Me devolvió el libro, que yo lancé al asiento que tenía al lado. No sabía si reirme o gritar de furia. ¡Después de todo era halagador que hubiera pensado que áquel maravilloso culo era mío! Casanova entregó su pasaporte al inspector, que le echó un vistazo rutinario. El tipo no estaba interesado en los hombres para nada. Yo rebusqué en mi bolso, pero no conseguía encontrar mi documentación. Me estaba comenzando a preocupar. El inspector dejó clara su impaciencia, repitiendo:



-¿Su pasaporte, madame?



Entonces recordé que lo había dejado en la maleta. Me levanté y, dándoles la espalda a mis compañeros, me puse de puntillas para comenzar a buscar por mi equipaje. En ese momento sentí una mano que me rozaba el trasero y que, a continuación, viendo que no reaccionaba, me palpaba las nalgas. Al fin conseguí sacar mi pasaporte. Me giré, esperando descubrir a quien había perpetrado aquel acto. Casanova estaba sentado en su sitio, como de costumbre. El inspector de aduanas tenía la mano abierta, esperando a que le diera los papeles. Leyó el nombre varias veces, lo deletreó, me miró y finalmente explotó:



-¡Que me aspen! ¡Debería haberla reconocido! ¡Nunca me pierdo su programa!




Le di las gracias entrecerrando los ojos, bastante perturbada. No le prestó atención al gesto, e hizo un movimiento con la cabeza en dirección al libro de notas verde:



-Por favor, discúlpeme. La verdad es que el libro me ha sorprendido un poco. Aunque he visto muchas cosas, en este negocio.... –riendo satisfecho, añadió-: ¿Bueno, tienen algo más que declarar?



Le eché una mirada asesina a Casanova, que estaba contemplando la escena como si fuese un espectador entretenido. El oficial de aduanas me devolvió el pasaporte, y a continuación salió, hablando para sí:

- Vaya, Eva Lindt... ¡Esto no se me olvidará!



Cuando hubo cerrado la puerta del compartimento, me giré:

- Podría haber mantenido la compostura...

- ¿Qué quiere decir? –me interrumpió Donatien.

- ¡Ya sabe de que hablo!

- ¿Al tocarle el culo?

- ¡Exacto!

- No he sido yo. Ha sido el inspector.



¡Un empleado del gobierno! ¡Cumpliendo con su trabajo! Aquello era un abuso de poder desmedido. A la gente la despiden por mucho menos que eso. Yo sabía que Casanova no era de los que mienten. No en estos temas... Continué tartamudeando...

- ¡Por supuesto que no se le olvidará!



Casanova me ofreció un cigarrillo. Mientras lo encendía, dijo:

-Tiene que comprenderle. Se lo dijo él mismo, el dibujo le sorprendió un poco. Y tiene usted un trasero realmente magnífico. Y se lo dice un connoisseur. No quería ofenderla, sino más bien rendirle homenaje. Acéptelo como lo que es.

-¡Pero ese hombre es un obseso!.Como usted.

Casanova dejo escapar un suspiro.

-Ya veo que todavía no ha leído suficiente. Naturalmente, soy un obseso, como cualquier amante del arte. ¿Conoce usted algo más obsesivo que los coleccionistas, sea cual sea su objeto? ¡A mi manera, yo soy un coleccionista de culos!

-¿Y qué me dice del resto? Las mentes, los cuerpos, la imaginación, las fantasías que tienen las mujeres, ¿no le importa nada todo eso?

- Usted no sería Eva Lindt si se creyera lo que acaba de decir...

Tenía razón, y en aquel momento me sentí como una idiota. Casanova, dándose cuenta de que había logrado una pequeña victoria, continuó:

-En primer lugar, no todos los traseros me interesan. Al igual que ciertas mujeres no resultan atractivas para ciertos hombres. O viceversa, si usted lo prefiere. Pero es verdad que existen culos admirables que se convierten en provocaciones andantes. Como el suyo, mi querida Eva... Pero lea el siguiente capítulo...





“Algunos culos son irresistibles. Ejercen una atracción sobre la mano semejante a la que ejerce una botella sobre un borracho o una zapatilla para un fetichista. Seguiría alguno de esos culos hasta el fin del mundo. En el momento en que los ves, la garganta se te seca de excitación. Observas su ritmo, su bamboleo, su juego. Te preocupas: ¿y si te niegan el placer que están destinados a concederte? A menudo, no saben absolutamente nada al respecto. Nadie se lo ha sugerido nunca. O se ha convertido en un recuerdo de la infancia... O quizás en un grabado en una palmeta en una escuela inglesa de principios de siglo, que provoca una sonrisa cómplice. Entonces te conviertes en Pigmalión. El placer del azote se ve doblado por el placer del adoctrinamiento. En tales terrenos se pueden crear relaciones amorosas que duran mucho tiempo. El azote puede sacar al placer de su escondrijo.



“Las nalgas no tienen que ser perfectas. Al contrario. Un culo es como cualquier otra cosa. Demasiada belleza puede llegar a estropearlo. Lo admiras sin desear tocarlo. ¿Quién ha soñado con hacer el amor con la Gioconda? NI siquiera el propio Leonardo. ¡El mohín de la Mona Lisa estaría teñido de cierto gozo impío si Leonardo le hubiera levantado la falda, la hubiera tumbado sobre sus rodillas y le hubiera azotado el culo!



“Uno no se excita porque unas curvas alcancen un nivel de elegancia, ni por una piel de mujer que sería la envidia de las escuelas de belleza de todo el mundo. Los fotógrafos de moda se especializan en esos culos inmóviles, rectilíneos, que en todos los aspectos parecen tan carentes de sabor como de carne. Para vender bragas o medias, los anuncios ofrecen al público imágenes de culos más planos que un discurso político. Es un triunfo del aburrimiento. Los culos reproducidos en papel son probablemente perfectos para sentarse sobre ellos o para vestirlos con ropa. Pero carecen del gusto del placer, de la diversión.



“El aficionado al azote ignora los dictados de la moda. Camina por las calles sin atenerse a convenciones, abierto a cualquier forma de encuentro. Hay culos estrechos que parecen flaquear al final de piernas que se sienten avergonzadas de ser vistas; su timidez las hace sobresalir todavía más. Hay traseros redondeados –“mofletudos”- que sobresalen desde unos tejanos ajustados. Hay culos traviesos, sin apenas curvas, ligeramente angulares, su forma encerrada en pantalones tan apretados que se puede ver la línea de las bragas. Culos anchos y fuertes, que llaman la atención con autoridad, culos que te hacen sentir que no podrías conseguir ser su amo jamás; culos falsamente planos que parecen no tener forma pero que revelan su suavidad secreta cuando entran en movimiento; culos arrogantes cuyos propietarios, conscientes de sus encantos, nunca desaprovechan una oportunidad de inclinarse; culos modestos ocultos bajo largas faldas, que salen a la superficie sólo cuando una ráfaga de aire que sale de una reja de metro los revela por un breve instante; culos temperamentales, rígidos o relajados, según su humor, ahora animados y alegres, luego amenazadores, tensos; culos lánguidos, que se contonean de forma holgazana, que se retraen al ver acercarse la mano; culos inocentes con curvas impecables que se ocultan bajo bragas de algodón; culos inteligentes, con el más mínimo rasgo de asimetría, que se provocan entre sí mientras te hipnotizan: culos falsamente delgados y realmente gordos; culos dormidos que aguardan el beso que los haga despertar; culos vibrantes, incitaciones a la depravación; culos amplios, cuya abundancia ha sido comprobada tras años de servicio leal; vírgenes sonrojadas que desean más y más, tentándote a ir cada vez más lejos, en un torbellino de placer que no tiene fin...



“Es una riqueza incalculable. En ocasiones requieren un acercamiento discreto. Otras veces se reconocen al primer contacto. Eso me pasó en un tren París-Marsella, una larga noche en que los coches cama estaban llenos y yo acabé en el rincón de un vagón de fumadores de segunda clase.



“Mis compañeros procedían del norte, aburridos soldados que bebían cerveza y se pasaban un walkman con una sola cinta: Sylvie Vartan, con su voz monótona y sus monótonas nalgas. Hablaban de que el ejército tiene sus ventajas, y de que así al menos no estaban en el paro. Hablaban de realistarse, preguntándose si llegarían algún día a ser oficiales, dada su escasa educación. Así se encontraba Europa.



“Estaba aburrido. Con mi cara arrugada y mi abrigo, era una especie de viejo para ellos. O peor, un profesor, o algo parecido. No era un enemigo, más bien era una molestia. Fue entonces cuando eché una mirada al pasillo y la vi. O más bien, vi su culo, a la altura de mis ojos. Una masa redonda lista para hacer reventar sus pantalones cortos amarillos, tan breves que revelaban el pliegue de la piel entre el muslo y la nalga, una intensa promesa de intimidad. Durante largo rato contemplé aquel trasero cubierto que tenía ante mis ojos, al que los soldados, paletos típicos de su condición, no le prestaban la más mínima atención. Me lo imaginé ligeramente moreno por el sol, con manchas de color emergente en su parte superior, una carne firme, suave, bronceada. Cerré los ojos ytuve una visión del impacto de mi mano sobre aquella piel. Cuando los abrí, vi que alguien me estaba mirando. La mujer probablemente habría sentido la tensión de mi mirada. Se había girado y se había visto delante de un voyeur. Supe en aquel instante que había comprendido mis sueños y mis deseos.



“De hecho, se volvió a girar y recuperó su posición anterior, con una cierta osadía añadida. Como si, apoyando los codos sobre el marco de la ventana, estuviera exagerando su postura para ofrecerme mejor su trasero. Así sispuestos, fuimos dejando atrás diversos pueblos. No nos movimos, pero yo adivinaba, por la tosca postura de su cuerpo, por la forma en que colocaba su mano cuando se ajustaba los pantalones, que mi compañera de viaje estaba tan excitada como yo. Los soldados, sumidos en su Kanterbrau, pronto se quedaron dormidos. Yo me deslicé hasta el pasillo.



“La mujer y yo éramos los únicos que estábamos despiertos. Era rubia, de ojos oscuros, con unos pechos generosos que asomaban por entre su camiseta rosa. Intercambiamos las banalidades necesarias para conocernos. Sí, era alemana. NO, no se iba a quedar mucho en Marsella. Iba de camino hacia Argelia. ¿Su nombre? Inge. No, no era una estudiante, era una profesora. ¿Azote? Se sonrojó y fingió que no entendía el término. Yo imité el gesto sobre las nalgas imaginarias de pequeños demonios alemanes. Ella explotó en carcajadas. ¿De qué estaba hablando? ¡Aquel tipo de castigo había quedado desfasado después de Freud! Yo estaba indignado.



- ¡No me refiero a hacerlo como castigo!



“Inge asintió, casi a pesar de sí misma. Y fue también casi a pesar mío, que mi mano se deslizó por debajo de aquellos apretados pantalones cortos y acarició los dos montes que me habían estado distrayendo desde que salimos de la estación de Sens. Sentí como se ponía rígida. Me agarró por el cuello y me acercó hacia ella. Nos besamos, ansiosos. A continuación se separó y me susurró:



- ¡Aquí no!



“La seguí por el pasillo. Todos los ocupantes de los vagones estaban dormidos. Los inspectores se habían retirado a sus compartimentos. No había posibilidad de ser descubiertos, salvo por un anciano que iba camino del lavabo. El ligero peligro aumentó nuestro deseo...



“Inge se apretó contra mí. Yo le bajé la camiseta, dejando libres sus pechos, que se bambolearon por un momento. Me los introduje en la boca, chupándolos y mordiéndolos. Ella me apretaba fuertemente contra su cuerpo, mi sexo endurecido contra su raja. De repente, se giró y adoptó la misma postura que tenía la primera vez que me había fijado en ella: con la cabeza hacia la ventana, parcialmente inclinada, con el culo en pompa hacia mí. Yo la agarré por la cintura y la empujé contra mi sexo, a través de la ropa. Ella meneaba el culo, acentuando desesperadamente la presión contra mi pene.



“Se quitó rápidamente los pantalones. No llevaba bragas. Sus nalgas eran tal y como yo había soñado. Tostadas por el sol, con textura de tercipelo, dotadas de una tensión suave, musculosa. Llevé mis labios hasta ellas. Entonces hice lo que había ansiado hacer. Comencé con un suave cachete en el centro de su culo. Inge gimió. Asintió con la cabeza, si, ja, mehr. Yo la golpeé más fuerte, hasta sentir como se estremecía la carne bajo mi mano. Inge se estiraba cada vez más, y yo podía ver cómo su mano desaparecía en su entrepierna... La tercera vez golpeé un poco más abajo, casi junto a sus muslos. Ella no había esperado aquello, y dejó escapar un pequeño grito de dolor. Pero no mostré misericordia. La azoté con el dorso de mi mano, observando cada impacto, sintiéndome explotar mientras su piel se enrojecía y ella gemía de placer.



“Cuando las nalgas de Inge estuvieron al rojo vivo, y todo su cuerpo a punto de llegar al clímax, saqué mi polla. La metí en su interior y sentí como si hubiera sido absorbido por una máquina incandescente. Ella se volvió loca, escupiendo vulgaridades incomprensibles. Yo me corrí en su interior y ella soltó un grito que quedó disimulado por el silbato del tren. Llegábamos a Aviñon y a su famoso puente.


                                                EL ARTE DEL AZOTE  / 6 - AL DESVESTIRSE



Donatien Casanova me examinó con su mirada tranquila y ligeramente acérbica. Yo me desperecé como si despertara de un sueño erótico, un poco decepcionada al volver a la realidad en las montañas suizas, junto al reflejo metálico de un lago.






- No hay un lugar específico para llevar a cabo los azotes –dijo Casanova- He azotado los culos más hermosos en los escenarios más variados.

- Incluso en un tren – añadí con la garganta un poco seca.

- Un tren no es nada extraordinario. Debería probar las cabinas telefónicas, los cines, los garajes, los ascensores......

- ¿El deseo le invade allá donde esté?

- Depende... ciertos azotes requieren tranquilidad, comodidad, paz. Otros requieren rapidez, intensidad. Con algunos se teme ser descubierto, mientras que con otros se disfruta al ser contemplado. Ése fue el caso de Inge... Pero no me extenderé demasiado. Después de todo, usted sale en la televisión cada semana, y se la podría considerar una exhibicionista profesional.



Le respondí diciendo que mostrar mi cara (y, lo reconozco, algo de mi pecho) no se podía comparar con enseñar el culo. Yo hablo sobre las vidas y los amores de los demás, pero no me desnudo en mi programa...



- ¿Está usted segura? –preguntó Casanova-. ¿Qué cree que hacen los espectadores cuando usted aparece en sus casas con su vertiginoso escote, mirándonos a todos como alguna virgen perversa, con la sugerente voz de una mujer que ha visto mucho... de todo?

- Pero es sólo un espectáculo... –protesté

- El azote también es un espectáculo. Es teatro callejero, y ópera lírica, según las circunstancias.

Se levantó de repente y dijo:

- Y ahora, me debe un café.

Intenté darle el libro, pero protestó:

- Quédeselo. Tiene mucho por aprender.



Se hizo a un lado para dejarme pasar, por cortesía... pero no fue una muestra de galantería desinteresada. He notado a hombres mirándome el culo antes. Al subir las escaleras, incluso exageré el movimiento de mis caderas, como una chica fácil intentando acorralar a un cliente. Me agradaba y me excitaba sentir sus miradas y su excitación.



Pero Casanova tenía una manera única de fijarse en el trasero de una mujer. No dejaba de mirarlo ni por un momento, ni siquiera para parpadear. Lo medía, lo pesaba, estimaba el mundo de placer que le prometía, simplemente con sus ojos. Sentías un calor que se extendía por tu pelvis. Contra tu voluntad, comenzabas a acentuar la cadencia de tus curvas, a sacar un poco más el culo como otras hacen con sus pechos. Bailabas, entrando en armonía con esas nalgas radiantes. Te reducía a nada más que dos montes de carne: firmes, flexibles, suaves. Tú y tus nalgas erais lo mismo...



El libro de notas, nuestros comentarios, las caricias del inspector de aduanas, todo había contribuido a excitarme. Al pasar por el resto de coches hasta llegar al vagón restaurante, esa excitación alcanzó el clímax. Si Donatien hubiera levantado las manos hacia mi culo, me habría apretado contra él y le habría llevado hasta un compartimento vacío para que pudiera tomarme allí mismo.



Pero tenía más estilo. Follarme no era suficiente para él. Quería alcanzar su objetivo y sabía que yo todavía tenía reservas. Ni siquiera se rozó conmigo en todo el camino hacia el vagón restaurante. Me sostuvo la silla de la forma más respetuosa. Sin embargo, su mirada estaba fija en mis nalgas, una mirada como una marca al rojo, como si me hubiera arrancado la ropa y me estuviera viendo desnuda.



Pedimos café, bollos y mermelada, un tentempié rústico muy adecuado para el confort sencillo de un tren suizo.



Le vi sonreír a una joven que había a unas mesas de distancia, comiendo en compañía de un niño pequeño y un hombre canoso. Llevaba un vestido negro demasiado abrigado para la época. Ella le sonrió, ligeramente sonrojada. Yo la examiné detenidamente. Tenía treinta años y era muy pálida. Sus grandes ojos verdes parecían ocupar toda su cara, de rasgos suaves pero con algunas arrugas. Tenía unos pechos pequeños y, por lo que yo podía distinguir desde mi sitio, unas caderas poco llamativas. Mientras Donatien servía el café, le desafié:



- ¿También azota esqueletos?



Se rió tan alto que derramó su taza sobre la mesa. El camarero acudió rápidamente para arreglar el desaguisado. Casanova tuvo que levantarse, haciendo visible su excitación. Con algo de celos, me pregunté si era un homenaje hacia mí o hacia la desconocida de la mesa de al lado. Él se dio cuenta de mi mirada y, lejos de ocultar su estado, arqueó su cuerpo para hacerlo más evidente. Como yo no apartaba mis ojos, la erección creció hasta alcanzar proporciones realmente apetitosas.



-Ya puede sentarse de nuevo, señor –dijo el camarero. Casanova le puso un billete en la mano y volvió a sentarse. Yo me di cuenta de que seguía mirando a la desconocida. Ésta no se había perdido detalle de la escena, especialmente la parte más atractiva. Sus mejillas estaban ardiendo.



-Discúlpeme –dijo Casanova-, pero debo hablarle de Clara... sí, la joven dama inglesa que viaja con su hijo y su marido, un lord de no sé dónde, ya lo he olvidado.



- Una mujer inglesa, ¿por qué no me sorprende? –recalqué, recordando varias películas sobre las costumbres de las escuelas inglesas.



- Mire. Está aquí, justo en esta página.... –abrió el libro por el dibujo de un par de nalgas que eran poco llamativas pero coquetas, secas pero con una forma cónica que las hacía muy apetecibles y sabrosas.



- Es Clara, naturalmente. Verá, su historia le resultará interesante. Ahora, voy a presentarles mis respetos a ella y a su marido.



Me dejó y, como no quería quedarme allí sentada como una idiota, me tragué mi bollo en tres bocados y me sumí en la lectura del libro verde.



“El azote no es fuerza, ni obligación, ni violencia. Quien lo utilice para castigar o para obligar no entiende nada de este arte. Aún más, hay muchas posibilidades de que el acto degenere rápidamente en una serie de golpes y heridas que no tienen nada que ver con el azote.



“No soy quien para condenar los gustos de nadie, pero puedo afirmar de forma inequívoca que el sadismo y el masoquismo me producen un horror absoluto. Los clavos, los látigos, los insultos y los abusos son para los demás. Siempre preferiré a los Hardy Boys antes que cualquier libro del Marqués de Sade.



“Sin embargo, en ocasiones existe cierta confusión en algunas mentes. Tal era el caso de Clara, la joven mujer del Duque de W., a quien conocí durante mi estancia en Londres. Clara es una delgada mujer de miembros frágiles, con una expresión de perpetuo asombro, que parece que nunca abandonó del todo la infancia. Resultaba evidente, incluso para una persona extraña como yo, que la había conocido hacía cinco minutos, que estaba aburridísima de su vida con el Duque de W. Estaba buscando algo más: y de mí dependía hacerle descubrir que era.



“Además, el culo de Clara tenía una cierta aura, algo equívoco y provocativo, que me inflamaba. Tenía que conseguir ese culo... Así que me dispuse a trabajar para ello.



“Seducir a Clara de W., no fue muy difícil. Pretendientes mucho menos dignos que yo lo habrían conseguido. ¿Es necesario que lo diga? Mi apellido supone una ventaje con muchas mujeres. Las divierte, las intriga, las atrae. Quieren ponerme a prueba y ver si soy digno de mi ilustre ancestro...



“Pronto nos encontramos a solas en una habitación de una de las muchas posadas que salpican la campiña inglesa. Fuera había una verde pradera y un río azul: dentro, solo existía el papel de flores amarillas de las paredes y una colcha de color rojo oscuro sobre la cama. Clara me ofreció sus labios y yo los acepté. Entonces, como era una mujer joven y moderna, comenzó a desabrocharse el vestido. Rápidamente la detuve. Ella me preguntó, herida:

- ¿No quieres?

- Sí –dije-, sí... –y la atraje contra mí para acariciarle las nalgas, que se endurecían bajo mis manos.



“Llevaba unas medias con amplias bragas debajo, del tipo que llevaría una buena esposa. Era un cambio agradable, diferente a los emperifollajes de satén de las mujeres de la clase media, que pensaban que tenían que vestirse como profesionales. Generalmente llevan bragas con rajas, sujetadores que dejan al descubierto los pezones y ligueros de lujo. Al tocar sus discretas bragas y sus medias pasadas de moda, me invadió una repentina ansiedad por colocar a Clara sobre mis rodillas y darle una azotaina fuerte y meticulosa, que estoy seguro que no había recibido desde sus días de escuela.



“Pero habría violado mis principios el haberle infligido tal trato. Quería que me ofreciera su culo por iniciativa propia, y que me pidiera que lo azotara.



“Así que comencé a levantarle la falda; arrodillándome detrás suyo, recorrí con mi lengua ágil y amorosa sus piernas cubiertas de algodón. Llegué hasta lo alto de sus muslos, jugueteé con sus nalgas, tocándolas, agarrándolas, dándoles forma, ablandándolas. No dejé de lado su sexo, que estaba deliciosamente pegajoso y húmedo, y que cedía bajo mis dedos como si quisiera encerrarlos para siempre en lo más profundo de su interior... Mientras tanto, yo iba hablando. Hablaba de aquellos libros absurdos de finales de siglo que se especializaban en lo que por entonces se llamaba la “educación inglesa”, haciendo referencia a las jóvenes colegialas que eran azotadas delante de toda la clase, a muchachos golpeados por sus compañeros, a los profesores que elegían a sus colegialas más atractivas para bajarles los pantalones y enrojecer su bonito culo virgen.



- Eso también me pasó a mí –dijo Clara.



“A continuación cerró sus muslos sobre mi puño, aprisionando la mano que masajeaba su clítoris. Yo puse mi mejilla contra su esbelto trasero, y, con una voz ahogada por el deseo, le sugerí:



- Cuéntamelo, Clara.

- Era alto y delgado... Más o menos como tu... Me molestaba, pero le admiraba... Vivía en el campo, en la casa que había junto a la nuestra. Es gracioso... de hecho, su granja se parecía mucho a esta posada. No te habría salido mejor si lo hubieses planeado.



“No le respondí, ocupado intentando encender las nalgas que cedían bajo mis caricias. A Clara probablemente no le habría importado si le hubiera quitado entonces las medias y las bragas. Pero aquello habría ido contra mis reglas. No hay arte sin ciertas limitaciones...



- Yo tenía trece años, la edad de la curiosidad sin límites. Había oído a mis padres susurrar una noche que el vecino era un tipo extraño que coleccionaba libros eróticos. Para mí, aquella palabra era sinónimo de “prohibido”. El diccionario daba una definición más precisa. Ardía en deseos de descubrir aquellos libros sobre el sexo, del que, a pesar de las revistas, yo no sabía casi nada.



“Recorrí con mi mano sus medias, hasta llegar a su monte de Venus, que por lo que palpaba, casi no debía tener pelo. Clara estaba temblando y, con un movimiento de atrás para adelante casi inconsciente, se estimulaba frotándose contra mi mano mientras continuaba recordando:



- Esperé hasta que mi vecino se hubo marchado. Tenía unos hábitos muy regulares, y salía cada tarde de dos a cinco a dar un paseo. Como nunca cerraba la puerta, me resultó fácil entrar en su casa. Su colección de libros eróticos estaba en el primer piso, en su dormitorio. Y era una colección magnífica. Comencé a leer los libros, girando las páginas con ansiedad. Nunca había visto órganos tan gigantescos ni tantos miembros de ambos sexos copulando en posiciones tan inverosímiles. Y, a pesar de que aquellas imágenes parecían imposibles, comenzaron a excitarme. Me levanté la falda, me bajé las bragas y comencé a juguetear con mi clítoris, tan erecto como los que aparecían en aquellos libros.



“Yo adiviné lo que venía a continuación, y la interrumpí:

- Y entonces apareció tu vecino.

- Exacto.... Había estado mirándome desde el principio, sin que yo lo supiera. Me levantó por brazos. Pensaba que me moría del susto. Pero rápidamente me dijo que no le diría nada a mis padres. Sin embargo, dijo que merecía un duro castigo, y yo asentí, aceptado cualquier cosa por asegurarme de su silencio.



“La había puesto boca abajo sobre la cama, le había bajado las bragas y le había dado una azotaina infernal, mientras frotaba contra su abdomen un miembro que a ella le pareció tan enorme como los que habían dado alas a su imaginación. La golpeó con todas sus fuerzas, y le dolió mucho. Cuanto más se agitaba para intentar escapar de él, más se excitaba su captor. Al final, él eyaculó sobre su vientre y la soltó.



- Me dijo que me fuera a casa, y le hice caso sin decir ni una palabra. No me corrí, pero cuando recuerdo esa escena, siempre me excito mucho.

- ¿Nadie te ha vuelto a azotar desde entonces?

- ¡Dios mío, no! –dijo, soltando una carcajada.

“Entonces le hablé con un tono grave:

- Yo soy como tu vecino. Me gusta azotar a las chicas. Pero no obligo a nadie.



“Hubo unos instantes de silencio. Tenía miedo de haber sido demasiado franco. Las mejillas de Clara estaban sonrojadas. El color púrpura que rodeaba sus ojos rebelaba su deseo. De repente se decidió:



- Quiero que lo hagas. Estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para escapar de la monotonía de mi marido.

“Como yo no me movía, añadió:

- ¿Qué tengo que hacer?

- Esto –dije quitándole las medias.



“Ella me separó un poco, dándose la vuelta, deslizando con elegancia sus medias a lo largo de sus caderas y sus muslos. Fue un gesto sencillo, pero me desarmó tan completamente como si me hubiera sorprendido en un momento íntimo. Mi deseo creció de forma desmedida; pensaba que no podría contenerlo. Pero logré controlarme y esperé a que Clara se quitara las bragas. Se inclinó para enseñarme su derrière. Sin que yo se lo pidiera, separó sus nalgas y reveló su ano. Se echó hacia atrás en mi dirección y frotó su culo contra mi polla erecta.



“Yo la coloqué entre mis piernas y le comencé a dar una serie de cachetes fuertes. Ella gimió de placer y, sin interrumpir la azotaina, consiguió empalarse en mi miembro. Mis cachetes parecían seguir el ritmo de nuestra copulación.



“Aquella cabalgata no podía durar mucho. Yo alcancé el clímax mientras ella se dejaba caer hacia delante, sacudida por espasmos. Yo acababa de descubrir a la más dotada de mis discípulas.



Acababa de finalizar este capítulo cuando Donatien me hizo señales para que me uniera a él en la mesa con el Duque de W. y Clara. Me levanté a regañadientes y fui hasta allí.

- Seguro que reconocéis a Eva Lindt –dijo Casanova. El duque y su mujer afirmaron que me habían reconocido en el acto. Su hijo, un piojo malcriado, aprovechó para pedirme un autógrafo. Yo garabateé algo ilegible en una servilleta de papel.

- Nos acercamos a Milán –dijo el duque-. Deberíamos volver a nuestro compartimento.

- ¡Mi marido está preocupado por sus maletas de piel de cerdo! –nos dijo Clara.

Mientras se levantaban, Casanova cogió la mano de la joven y le dijo:

- ¿Sabías, querida Clara, que nuestra amiga Eva también está interesada en el arte?

- ¿Le gusta recibir? –me preguntó Clara.

- Aún no –replicó Casanova en mi lugar- Está descubriéndolo. Pero estoy seguro de que se convertirá en toda una especialista.

Clara me examinó de la cabeza a los pies y a continuación dijo, sonriendo:

- ¡Sí, yo también estoy segura, especialmente si recibe las lecciones de ti.





                                         EL ARTE DEL AZOTE / 7 - EL AZOTADOR AZOTADO


Regresamos a nuestro compartimento. Yo intenté dormir un poco cuando salíamos de Milán, pero estaba demasiado caliente. Y Casanova era perfectamente consciente de mi estado. Me sentía como si fuese su presa, y como si estuviera esperando el momento idóneo para lanzase sobre mí y someterme a sus caprichos. Pero así no es como yo hago las cosas. Yo, Eva Lindt, elijo al hombre y elijo el momento.






Como no podía dormir, decidí atacar al heredero del gran seductor. De repente le solté :

- No debería confundirme con otra joven ama de casa inglesa, señor Casanova. Aunque tengo recuerdos de mi infancia, no los compartiría con usted.

- Ni yo se lo estoy pidiendo –respondió-. De todas formas, la historia de Clara no tiene nada que ver con esas actividades juveniles.



Golpeó levemente la tapa del libro de notas verde y, buscando por entre sus páginas, me enseño una serie de dibujos. El primero mostraba la espalda de una joven muchacha: se estaba quitando unos tejanos y no llevaba nada debajo. Sus nalgas adolescentes, plagadas de curvas, sobresalían como si hubieran estado ocultas durante mucho tiempo y estuvieran ansiosas por liberarse.



El segundo dibujo mostraba a una mujer desnuda, tumbaba boca abajo. Era rolliza como una modelo de Renoir, con la piel lechosa, según se podía adivinar. Se estaba quitando lentamente una prenda de ropa interior. Casanova había reproducido con particular detalle su motivo floral.



En el tercer dibujo aparecía una adolescente con nalgas como avellanas. Estaba realmente bien formada, y se encontraba de pie, con las piernas separadas. Otra chica, completamente desnuda, estaba acuclillada a sus pies, ayudándola a quitarse las bragas. Me pareció reconocer a Clara en sus rasgos.



La modelo del cuarto dibujo podría haber aparecido en cualquier revista de moda. Llevaba unas bragas delicadas y adornadas, un liguero de seda y unas ligas que dejaban al descubierto, de forma deliberada, una franja de carne desnuda a la altura de la parte superior de los muslos. Un hombre, indudablemente el propio Donatien Casanova, estaba arrancándole la ropa interior, tan frágil como la persona que la llevaba puesta.



- Todos los métodos son buenos, siempre que provoquen placer –indicó Casanova-. La historia de Clara sólo pretendía mostrar en qué circunstancias se puede producir una azotaina. ¡Pero hay tantas otras! No puedo repasarlas todas. La clave es que ambos participantes, y me refiero a los dos, deben experimentar el placer.

- ¿Nunca ha forzado a nadie?

- Nunca, salvo si formaba parte del juego.

- ¿Y cuando alguien se le resiste?

- Nadie se me resiste – respondió sencillamente



Yo cruce las piernas, dejando al descubierto las bragas que llevaba bajo la falda. Me incliné hacia delante y le ofrecí una inmejorable vista de mis pechos bajo la camiseta. Como no reaccionaba, me levanté y fingí contemplar el paisaje italiano que se deslizaba junto a nosotros, con sus árboles llanos y sus casas con techos de tejas rosas. Puse el culo en pompa. Incluso me moví para intentar provocar un roce con mi compañero, que, sin realizar el menor gesto en mi dirección, me aconsejó:

- Siéntese. No pretendo rogarle nada. Sería proporcionarle demasiada satisfacción



Tenía razón, naturalmente. Pero cuanto más nos acercábamos, más infeliz me sentía. Nuestro encuentro tendría que acabar irremediablemente cuando el tren entrara en la estación de Venecia a las 5:50. Casanova me volvió a pasar el libro de notar verde, diciendo:

- Le queda por leer el último capítulo. Verá no es necesario que yo siempre cumpla el papel activo. He descubierto, a estas alturas del juego, lo delicioso que es ser azotado.



Aleje el libro verde.

- Sus historias me dan asco.



Pero él lo mantuvo abierto de tal manera que me vi obligada a mirar de nuevo sus dibujos. Mostraba a dos mujeres con Casanova. Una, morena y con aspecto autoritario, se parecía a Virginia S., el último descubrimiento de Hollywood. La otra, rubia y más rolliza, se parecía a una típica muchacha de las calles de París.



- Esta es Françoise, su secretaria –explicó Donatien-. Esto tuvo lugar en Florida, el año pasado. Pero el escenario carece de relevancia.



Donatien había dibujado algo de vegetación tropical en el fondo, y también una piscina. ¿Y qué estaban haciendo los individuos representados? Pues azotarse por supuesto. Casanova azotaba a Virginia S. mientras Françoise le azotaba a él. Virginia estaba sentada en una especie de taburete, y Donatien estaba situado de tal forma que mientras recibía los golpes, la estrella pudiera contemplar el espectáculo del azotador siendo azotado.



- Nuestra pequeña Françoise no se andaba por las ramas, eso se lo aseguro. De hecho en mi opinión era la más enérgica de los tres.



No pude ocultar mi sorpresa, pero él fingió no entender bien los motivos que la habían provocado.



- ¿Se pregunta como conocí a Virginia? Todo el mundo conoce a todo el mundo por allí. De cualquier forma, tampoco es tan difícil conocer a la gente famosa. ¡La he conocido a usted, después de todo!



Yo estaba fascinada por la escena del trío. Naturalmente, ya había tenido alguna experiencia con hombres y mujeres en la cama. Incluso había ido a alguno de esos clubs en los que las chicas se entregan públicamente a los hombres que asisten al espectáculo. Una vez, un amigo me había llevado a un bosque y me había obligado a desnudarme mientras de entre los matorrales cercanos comenzaban a aparecer hombres que se masturbaban, echando semen por todo el parabrisas. ¡Pero todo aquello no me parecía nada comparado con aquel dibujo! Como si las azotainas supusieran una revelación, descubriendo la intimidad de cada persona mejor que la desnudez o las caricias.



- Está comenzando a entender –dijo Casanova.



Yo giré la página.





“Tenía a Françoise, la secretaria, sobre mis rodillas, y la acababa de azotar hasta que su piel tensa se había vuelto blanca y escarlata.

-Es suficiente –dijo Virginia.

“Françoise estaba llorando, pero se apretaba contra mí con lujuria, acariciando mis muslos con su abdomen mientras emitía gemidos de placer mezclados con las lágrimas. Yo quería continuar azotándola. Pero Virginia detuvo mi mano:

-¡He dicho que es suficiente!



“Yo sabía que la actriz compartía mis gustos. Quizá ahora quería que la azotaran a ella. Tenía un trasero mágico, pequeño, finamente formado, pero endemoniadamente sensual, situado al final de dos largos y esbeltos muslos. Yo ya lo había probado, y ambos habíamos quedado muy satisfechos con la experiencia.



“Cogí a la actriz por el brazo. La obligué a ponerse boca abajo. Le arranqué sus bragas de seda azul y descubrí su exuberante mata de vello. Incapaz de resistirme, puse mi boca sobre la de ella y dirigí mi lengua entre los labios íntimos que descubrí humedecidos con unas gotas de placer. Me adentré en su gruta, olvidando por una vez mi principal interés.



“Estaba perdido en este pequeño juego cuando Virginia se apartó de mí, diciendo:

-¡Estás perdiendo la cabeza!



“Françoise nos estaba mirando con una media sonrisa, a la vez que jugueteaba con su sexo. Virginia se movió hacia ella, echó hacia atrás la cabeza y la beso en los labios.

- Azótame –le ordenó.



“Hizo que su secretaria se sentara en un taburete, y a continuación se estiró sobre sus piernas. Le ofreció su culo y repitió:

- ¡Azótame!



“Yo me acerqué, excitado ante el inminente espectáculo. No había visto a mis amantes azotarse entre ellas desde el día de rue Cavour.



“Françoise le dio un tímido cachete en el culo a su jefa. La estrella se estremeció sobre los muslos de su empleada y repitió:

-¡Vamos, azótame!



“Françoise le dio una serie de sonoras bofetadas que hicieron temblar el trasero de la actriz. Yo tenía mi nariz a la altura de su culo. Mis manos no podían estarse quietas: con gusto habría ocupado el lugar de Françoise. Pero por entonces ya se había vuelto loca. El esfuerzo hizo aparecer manchas rosas en sus mejillas, y también en su garganta. Yo me arrodillé entre sus muslos. Así, tenía la cabeza a la altura del sexo de Virginia, y también del de Françoise. Las trabajé con la lengua, primero una, luego la otra. Virginia sabía a algas especiadas con canela y pimienta roja. Françoise me ofreció un denso licor de vainilla, con un aroma a ostras de Marennes. De repente, Virginia me bañó con un chorro de líquido espeso que manchó toda mi garganta y mi barbilla. Al mismo tiempo, dejó escapar un grito más estridente de los que había empleado en sus películas de terror.



“En ese momento exacto, Françoise también emitió su flujo sobre mí, cerrando sus muslos en torno a mi cuello con tanta fuerza que casi me estrangula. Yo me aparte de ella, de su sexo hinchado, con las sienes palpitantes. Virginia agarró mi órgano y lo golpeó suavemente con el dedo. La caricia aumentó todavía más su tumescencia. La actriz hizo ademanes a Françoise para que se acercara a ella. La hizo arrodillarse, con la cabeza entre sus muslos, y comenzó a golpear su trasero con mi aparato. A cada golpe, ella gemía de placer, aunque la verdad es que no le estábamos haciendo demasiado daño.



“Pero aquel bastón de carne era difícil de gobernar. Virginia no podía empuñarlo como deseaba sin separarlo de mi persona, lo que, evidentemente, era imposible.



“Entonces obligó a Françoise a colocarse en una postura más adecuada, a cuatro patas, con las piernas abiertas. Ella me colocó entre los muslos de su secretaria, y yo la penetré hasta la empuñadura, encantado ante aquella vaina de terciopelo. Pero Virginia no me dejó en paz. Me hizo sacar el miembro y a continuación penetrar el ano, donde, con más dificultades, me hundí en aquel orificio rosado, que olía a musgo y ámbar, y que se cerró fuertemente en torno a mi miembro. Yo bombeaba con fuerza, la taladraba.



- ¡Por delante otra vez! – ordenó Virginia.



“Así que me fui follando a Françoise alternativamente por el culo, por el coño, entrando en uno después del otro, saliendo del primero para entrar en el segundo, adentrándome en éste para desertar y explorar aquel. Cuando vio que ya había cogido el ritmo, Virginia se puso a horcajadas encima mío y comenzó a azotarme sin cuartel. Yo me retorcía bajo sus golpes, chillaba, protestaba. Pero al mismo tiempo la animaba a continuar, más fuerte, más rápido. Y aun así, seguía follándola por el coño, por el culo, por el coño... Françoise se removía debajo mío, moviéndose al ritmo de la copulación. Mis nalgas comenzaron a calentarse. Virginia me golpeaba con el dorso de la mano y también con el borde. Mi culo estaba en llamas. Tenía que explotar. Agarré a Françoise por las piernas y avancé hacia su interior. Ella comenzó a bailar bajo mí, transportada a algún tipo de misterioso trance ceremonial. Comencé a sentir un escalofrío en mi nuca, que me recorría toda la columna vertical y acabó extendiéndose por todo mi ser. Sintiendo el líquido que salía de mi interior, Françoise se abandonó al clímax de su placer. Y aun así todavía no me había librado de Virginia, que continuaba sentada a horcajadas sobre mí, golpeándome las nalgas. Cerró más sus muslos en torno a mi cadera y frotó su monte de Venus contra mi espalda. Me abofeteaba, me golpeaba, me azotaba, con un ardor que me electrificaba. De repente me apretó aún más entre sus piernas y dejó escapar un fino chorro de líquido que recorrió mi espalda. A continuación se dejó caer, murmurando extasiada.



- Las escenas continúan... –dijo Casanova- Ilustraba un día y recordaba la historia al siguiente.



No respondí. Sentía un nudo en la garganta tras haber leído aquello. Mis bragas estaban empapadas, con el deseo goteando descontrolado. Lo único que podía hacer era cerrar el libro y devolvérselo a su autor. Pero se negó a cogerlo.



-Quédeselo. Estoy seguro de que le dará un mejor uso que yo.



Quería levantarme, subirme la falda y ofrecerle mi culo a Donatien para que lo golpeara, lo azotara, lo pellizcara, lo follara. Abrí los muslos y coloqué mi mano abierta sobre mi sexo. Me masturbé sin apartar los ojos de Donatien, que me devolvía la mirada sin parpadear. El traqueteo del tren, su ritmo regular, no hizo sino aumentar mi deseo. ¡Incluso habría dejado que el inspector de aduanas se me follara allí mismo! ¡Soñaba con que todo el tren me penetraba!



- Quédeselo – repitió Donatien-. No tengo aspiraciones de escritor. Se lo regalo. Publíquelo bajo su nombre, le proporcionará un éxito que jamás habría creído posible –luego añadió con una media sonrisa-: ¡Un escritor en la familia ya es suficiente!



Yo quería empujarle sobre su asiento, mi atractivo Casanova, quería bajarle la cremallera y solazarme sobre su polla incandescente. Él metió el libro verde en mi bolsa. A continuación dijo:

- Confío en usted. ¡Todos hablarán de “El arte del azote” gracias a usted!



¡Como si ahora estuviera pensando en libros y literatura! Quería que alguien me perforara el culo, que estaba en llamas, que me transportara más allá de Italia, del Gran Canal y de la Plaza de San Marcos...



Casanova me escrutó con una mirada implacable. Entonces dijo:

- Tiene usted razón. Tenemos mejores cosas que hacer. Ahora, quítese la falda v...




                                        EL ARTE DEL AZOTE / 8 - EJERCICIOS APLICADOS



Estaba completamente desnuda ante Donatien Casanova en el compartimento 6 del vagón 14 del tren París-Venecia, con la excepción de mis bragas de seda.




-¿Lo quieres? –me preguntó.





No le respondí. Mi excitación era tan grande que no podía articular ni un sencillo “sí”. Él tiró del elástico de mis bragas y me preguntó:



-¿Esto?



-Tú hazlo –respondí.



Quería que me quitara las bragas y me pusiera de rodillas y rindiera culto a mi culo. Me hizo girarme. Me pasó la mano por mi mata de vello púbico rubio, con sus cabellos suaves. Me metió un dedo en la raja y exploró mis partes más íntimas. Yo era un río. Me dio la vuelta y me hizo inclinarme, con las manos en las rodillas. Su mano exploraba mi culo con la misma precisión y detalle que había visto en su mirada. Cogió las grabas entre el pulgar y el índice y tiró de ellas con un rápido movimiento. Me las bajó hasta las rodillas. Yo comencé a inclinarme para quitármelas del todo. Él me detuvo.



- Estás más desnuda así... –Entonces se inclinó sobre mí y subió con su lengua desde el hueco de detrás de mi rodilla hasta el pliegue de mis labios. Una pierna detrás de la otra. Ya no podía reprimirme más. Mi mano se hundió en mi caverna, comencé a masturbarme abiertamente, ansiosa (y temerosa) por lo que estaba a punto de llegar.



Me pidió que me arrodillara delante suyo, con la boca a la altura de su sexo. Yo quería que me follara, pero le hice caso.



Se debe aprender a esperar... Me palpó el trasero una vez más, pellizcándome y acariciándome. El primer cachete llegó como una emboscada, desde un lado, con un movimiento hacia atrás de la mano. Me sorprendió tanto que me dolió y di un salto. Le siguió otro cachete que me impactó en la parte baja de la espalda.



Entonces fue dándome una serie de bofetones, alternando una nalga y otra, que hicieron que mi piel se enrojeciera como si estuviera en llamas.



Me golpeó también con el puño, provocando la aparición de cardenales. Pero no protesté. Le pedí más, con una voz más sensual de lo normal, una voz que salía de mi vientre, que oía por primera vez. Me azotaba por placer, saboreando los apenas perceptibles cachetes que caían aquí y allí. Pero también me acariciaba con exquisita ternura, toqueteando mi culo y mi coño con la otra mano.



Ya no podía soportarlo ni un momento más. Enterré mi cara entre sus muslos. Froté mis pechos contra sus piernas. Me hizo levantarme y besó los globos que acababa de golpear, uno tras otro.

- Magnífico –dijo-. Lo sabía, has nacido para esto.



A petición suya, me estiré sobre sus rodillas. Mi sexo estaba junto al suyo. Me estremecí mientras Casanova comenzaba a azotarme de nuevo. Cerré los ojos. Me abandoné como si no pudiera evitarlo, a su mano, que me flagelaba con regularidad, a su espada ancha que golpeaba mis labios secretos, al traqueteo del tren que se acercaba a Venecia.



Sentí que los golpes ya no eran iguales. Abrí los ojos. Clara había entrado en el compartimento. Con la falda levantada por encima de la cintura, le ofrecía el trasero a Casanova, que lo golpeaba con cachetes suaves y precisos. Ella ocupó el lugar de él junto a mí y me azotó con una dedicación que me proporcionó todavía más placer. Ver a otra mujer azotada, ser azotada por ella, me llevó hasta el límite. Aullé de placer y, levantándome, me desplomé sobre el asiento. Clara se colocó inmediatamente sobre mí y me metió la lengua en la boca. Frotó la lava caliente que era su sexo contra mi monte de Venus. Se vio invadida por un repentino orgasmo, y explotó en una serie de grititos que me pusieron frenética. Me incorporé, me giré y comencé a azotarla, asombrada ante aquel nuevo placer que me invadía. El libro verde tenía razón. Era tan delicioso dar como recibir.



Extasiada ante el descubrimiento, y completamente absorbida por su culo, que temblaba bajo mis golpes, no me di cuenta de que Casanova había desaparecido. Tampoco me di cuenta de que el tren se había detenido, ni de que una voz áspera anunciaba “Venecia, Venecia...”



Nada importaba aparte de aquel nuevo orgasmo que invadía literalmente desde las puntas de mis dedos hasta el hueco de mi entrepierna, y me transportaba a otra realidad. Clara también me incitaba, pero levantó la cabeza hacia la puerta, como si percibiera el regreso de Donatien. Pero no me di cuenta de eso hasta que fue demasiado tarde. Hubo un fogonazo, unas risas, unos aplausos, unos gritos y otro fogonazo. Clara se apartó rodando de mis rodillas y se bajó la falda, ocultando sus rosadas nalgas marcadas con la silueta de mis cinco dedos.



Estaba ocurriendo en realidad. El pasillo y la entrada al compartimento estaban llenos de una multitud curiosa, formada por un mozo de estación de uniforme, un par de pasajeros, el Duque de W. Y dos fotógrafos que estaban haciendo fotos a Eva Lindt vestida de Eva, entregándose por completo a los llamados placeres prohibidos. Busqué mi camiseta con la mirada y, como una estúpida me tapé los pechos.



-¿Un autógrafo, señorita? –preguntó el mozo de estación, riendo a carcajadas.

- Ya tenía la fama... ¡ahora tiene la gloria! –gritó un fotógrafo.



De repente, escuché la voz de Casanova:

- ¡Vamos, vamos, apártense! ¡Muestren un poco de respeto, por favor!

Entonces apareció él. Mi salvador, pensé por un momento....

Clara, recuperada la compostura, se levantó y se reunió con su marido. Con un pequeño movimiento de la mano, me dijo:

- Nos veremos pronto, supongo. Donatien tenía razón. Tienes un don especial. ¡Pocas veces me han azotado con tanta elegancia y tanta fuerza!



Me di cuenta de que los fotógrafos, los mozos de estación, el marido y todos los demás habían sido llamados por Casanova. ¿Pero con que fin? ¿Quién podría buscar vengarse de mí a través suyo? Yo era responsable de revelar los escándalos privados de mucha gente. Me giré rápidamente hacia donatien:

- ¿Para quién trabajas?

- ¡Tranquila!

- Has arruinado mi carrera. ¡La cadena para la que trabajo está arruinada! ¡Gracias a ti, miles de personas perderán su empleo!

- ¡No te pongas melodramática, Eva Lindt! Nadie quiere vengarse de tus sesiones de cotilleo del viernes por la tarde. Tus víctimas son como tú. Les gusta lo notorio. No importa mucho que la gente hable bien o mal de ti, lo que importa es que sigan haciéndolo.



Naturalmente, yo ya lo sabía, era la primera regla del negocio... Casanova señaló la bolsa donde había guardado el libro, y se explicó:

- “El arte del azote” es mi vida. Nada más me importa. A él le debo mis momentos más felices, bien fuera al experimentarlos por primera vez o al recordarlos al escribirlos o al dibujarlos.

- Apártate. Si no lo haces, acabará en el retrete.

- ¡No me extrañaría!

- ¿No me crees? ¿Tengo que romperlo en pedazos delante de tus ojos? –me levanté, abrí el bolso y blandí el famoso libro.

- Si yo fuera tú, no lo haría –dijo Casanova- Te arrepentirás.

- ¿Intentas asustarme?

- En absoluto. Creo que Clara tiene razón, que estás más dotada para nuestro arte que muchos otros. Te descubrí hace mucho tiempo, aunque en televisión generalmente no se ve la parte más interesante de ti...



A continuación me explicó que no había entrado en aquel tren y en aquel compartimento por pura casualidad. Lo había previsto todo, con la complicidad de Clara.



- Hoy en día, cada persona debe vivir según sus propias virtudes únicas. Es la mejor forma de convertirse en una celebridad duradera. Serás Eva Lindt, “la reina del azote”. Si no quieres verte salpicada por un pequeño escándalo sexual en una estación de tren de Venecia, es la única alternativa que tienes. Proclama tu amor por el azote y serás admirada, celebrada, invitada a todos lados. En cuanto a mí, me contentaré con permanecer en las sombras, representado por la mujer de mis sueños.



Sabía lo que se hacía, aquel Donatien Casanova que me encontré en el tren París-Venecia de las 7:42. Era realmente persuasivo y yo no tenía elección.


ES POSIBLE QUE UNA MUJER VAINILLA SE INTERESE POR EL FEMDOM?


SI ES POSIBLE

Y SUELE SUCEDER DELAS DOS FORMAS MAS USUALES´

SE NACE

Y TAMBIEN SE HACE

Creo que por ahí llevandola de a poco, empezar juegos sexuales y cosas orientadas al femdom enfatizando tus ganas en ella, en sus deseos, en sus ganas de hacerlo que a ella quiera... o sí intentas acercarla a la dominación desde tus deseos y tus ideas de lo que ella debería querer

Es decir, si ella tiene una fantasía que tú puedas satisfacerle, podría ser una buena forma de aproximarla a estos temas, pidiéndole otro día que "juguéis" al rol FemDom.

Pero también depende de si lo que buscas es que el FemDom se convierta en algo habitual en tu pareja, o de realizarlo en relaciones esporádicas